Octubre ha vuelto, y lo ha hecho ensangrentado. Es extraño constatar que, a casi un año del histórico Estallido Social que remeció los cimientos del Estado Neoliberal chileno, muy poco se ha hecho para responder a las demandas sociales que movilizaron a millones. El despertar de Chile develó la esencia dictatorial del Estado, llevando al régimen a declarar directamente la guerra al Pueblo, evidenciando una maquinaria que atenta contra toda posibilidad de democracia real y plena. Y cuando las contradicciones entre la sociedad y el Estado se agudizaron más, la clase política elevó su plan de reestructuración y salvación interna que llamaron paradójicamente “Acuerdo por la Paz Social y Nueva Constitución”; estrategia trasnochada usada cual comodín y que significaba para la derecha la desmovilización de la población y, para el Frente Amplio, su entrada triunfante al pacto de dominación que aquella noche se actualizaba. El objetivo transversal siempre fue neutralizar las energías sociales que amenazaban con desvirtuar la arquitectónica de clase que define a nuestro Estado. Si bien el pueblo no cayó en esta burda estrategia de apaciguamiento, la pandemia del coronavirus generó la desmovilización que los partidos del Orden buscaron después de meses de agitación.

Ahora, casi un año después y viendo que aún se asesina, nos surge la pregunta ¿A qué Estado nos enfrentamos? Hay quienes quisieran insistir que no deberíamos tener una actitud confrontacional, confiar en el proceso del plebiscito que se nos impuso y esperar que “las instituciones funcionen”, puesto que el aparato puede cambiarse desde dentro, con “lápiz y papel”, como supuestamente hicieran los partidos de la Concertación en el ‘88. Sin embargo, debe quedar claro que el 18 de octubre se liberaron sin premura las fuerzas totalitarias del espectro guzmaniano, algo que ya había vivenciado el Wallmapu y que Chile no vislumbró. Debe quedar claro también que el 15 de noviembre, día del Acuerdo, los partidos se arraigaron en su viejo miedo de clase y legitimaron toda acción de Piñera contra el Pueblo. Dieron el visto bueno a la represión y al lado más oscuro de la constitución de Guzmán. Nos enfrentamos a la esencia del terror, y correrá más sangre, pues así se alimenta a los partidos del orden, que en un espectáculo romano, votaron a favor de las leyes represivas meses atrás.

Ante esto, no nos debería sorprender los cuerpos en el río, y menos aquellas acciones contra la integridad democrática y popular de un proceso constituyente real. Nosotros pedimos democracia, y se nos engaña con un show televisivo enfermo que, hoy por hoy, ocupan grandilocuentes franjas llenas de autocompasión: ¿Por qué deberíamos confiar entonces en ellos, en los progresistas de Ñuñoa, en los partidos del orden y en el Estado neoliberal? Se nos dice que tengamos fe, siendo que la realpolitik no ha logrado más que aumentar el anhelo autoritario de la derecha, sumando poder a las fuerzas reaccionarias y jugando estratégicamente en pos de su tajada de poder. Y con todo, se nos sigue machacando con una política de diálogos y consensos, cuando la derecha practica la política de la guerra, ¿Que podemos esperar de quienes repudian una y otra vez a la democracia y prefieren lanzar al pueblo a los perros?

Estos últimos meses, la institucionalidad neoliberal nos ha mostrado lo peor de sí. Un gobierno inoperante que no es capaz de hacerse cargo de una emergencia a nivel nacional, despilfarrando el erario en represión y terror, y una oposición débil, desorganizada e infantil que lucha por subirse al carro del Estallido, el mismo cuyo lema se opuso a los 30 años de su penosa gestión. Las soluciones a la crisis sanitaria han sido cargar a los pobres con las consecuencias, en vez de dotar al Estado de los instrumentos necesarios contra los males sociales y económicos que ha traído el virus. El gobierno se ha aprovechado de la forzosa desmovilización para seguir validando su naturaleza totalitaria: ahí está la juventud ensangrentada en las turbias aguas del Mapocho. 

Los delfines del Frente Amplio con su séquito Progresista, se desarticulan frente a la diferencia de intereses entre partidos que han demostrado su desprecio por las necesidades del pueblo chileno. Y se supone que debemos seguir creyéndonos esta democracia, que la dictadura es otra, que está en Venezuela y Cuba, que los derechos se respetan y las instituciones funcionan, así lo afirmó un energúmeno y sudoroso Boric en la prensa burguesa, en los medios de la muerte.

¿Cómo hemos de entender la política en Chile entonces? El Partido del Orden y sus paladines ya han hecho sentir su preferencia: una política retórica, del diálogo y el consenso entre partes iguales, respaldada por una confianza en las instituciones. Esta política es la que se impuso en matinales, revistas y diarios. Majaderamente nos venden el cambio plebiscitario a la constitución. Lo que no se dice aquí es que mientras estos señores se llenan la boca con frases platónicas sobre la democracia, el Estado chileno se mantiene en pie de guerra contra la democracia popular. El fetichismo institucional por el diálogo excluye al pueblo movilizado, por no considerarlo interlocutor válido en el elitista escenario de la política “en la medida de lo posible”. Y claro, de ser posible cambiar la sociedad para mejor con simples juegos retóricos y líricos discursos en el Congreso no estaríamos en las calles luchando por nuestros derechos, pero la realidad es otra: el Chile “democrático” es una versión atenuada de su autoritaria forma del siglo XX, y aún mantiene sus demonios represivos que se muestran cada vez que se amenaza con cambiar, con que sea un poco, las condiciones sociales de este miserable país. 

Tengamos presente que el Estado mantiene su guerra contra el pueblo cuando se nos llame a confiar en las instituciones, se nos insista en validar los procesos y respetar las decisiones cupulares de los dueños de Chile. La juventud violentada nos grita que nada ha cambiado sustancialmente, nos sigue gobernando un régimen de clase que persigue más las expresiones de soberanía popular, que las negligencias sanitarias que han cobrado la vida de miles de chilenos. Es este Estado de los privilegiados el que no trepida en perseguir de la manera más altanera sus intereses políticos de clase. Este Octubre hay que recuperar Chile, recuperar la calle y la democracia, desbordar los estrechos márgenes del plebiscito y copar todos los espacios que se nos fueron quitados por el régimen guzmaniano y la peste. El 18 de Octubre de 2019 millones de chilenos se tomaron las calles e hicieron historia, el 18 de Octubre de 2020 esto se debe repetir.

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