La otra crisis, la climática, continúa lentamente afectando a nuestro país en salud humana, seguridad alimentaria, manejo de bosques, conservación de la biodiversidad, disponibilidad de agua potable y para riego, la estabilidad política, la economía y la gobernanza. El cambio climático viene afectándonos desde hace dos décadas con eventos extremos intermitentes –megasequías, incendios forestales, marejadas, inundaciones, temporales, olas de calor– y nos ha ido demostrando que posee efectos dominó, que menoscaban a todos los componentes de la sociedad chilena de una manera muy lenta, por lo cual ha resultado muy difícil de cuantificar.
Existe una evidente asimetría en los incentivos para responder al COVID-19 y a la crisis climática. Ambas tienen el potencial de ser catastróficas para la humanidad, pero operan en diferentes escalas de tiempo. La pandemia ha impactado casi todos los aspectos de las sociedades de todo el mundo en solo unas pocas semanas. La crisis climática, por el contrario, se viene manifestando desde hace décadas de una manera más pausada, pero en el largo plazo tendrá efectos más perjudiciales.
Lo acontecido con la pandemia COVID-19 es la antesala del tipo de respuestas que la acción climática tendrá que poner en práctica, obligatoria y masivamente, cuando alrededor del 2030 hayamos alcanzado los 1,5 a 2,0 ºC en la temperatura media global en la atmósfera de nuestro planeta. Alrededor de esa fecha, los científicos nos aseguran que experimentaremos frecuentes e intensos desastres climáticos de gran envergadura.
El Gobierno chileno y sus autoridades escuchan poco y aún no aciertan para dar con una estrategia que brinde seguridad ante la pandemia a todos los habitantes del país. Es tan obvio que las personas que serán confirmadas en siete a diez días, se están infectando hoy o lo hicieron ayer o anteayer, ya están contagiadas, pero no lo saben. Este retraso enmascara el problema que el Gobierno se rehúsa a entender. Por eso, es peligroso levantar las cuarentenas antes de tiempo, ya que los casos continuarán aumentando. Eso va a ocurrir por un largo tiempo, según nos señalan los científicos, ajenos a las vicisitudes económicas inmediatas. Cuanto más alarguemos las cuarentenas, más seguros estaremos.
Igualmente sucede con la otra crisis, la climática, que continúa lentamente afectando a nuestro país en salud humana, seguridad alimentaria, manejo de bosques, conservación de la biodiversidad, disponibilidad de agua potable y para riego, la estabilidad política, economía y gobernanza. Después del fracaso rotundo de nuestra participación en la COP25 en Madrid, en diciembre de 2019, parece que el Gobierno chileno hubiera claudicado de su interés por la acción climática.
Sin embargo, el cambio climático viene afectándonos desde hace dos décadas con eventos climáticos extremos intermitentes –megasequías, incendios forestales, marejadas, inundaciones, temporales, olas de calor–. Nos ha ido demostrando que posee efectos dominó, que menoscaban a todos los componentes de la sociedad chilena de una manera muy lenta, por lo cual ha resultado ser muy difícil de cuantificar.
Es verdad que la crisis del precio del petróleo está interactuando con el virus de una forma subyacente, lo que puede ocasionar un impacto real en la crisis climática, en ambas direcciones. Si el petróleo es más barato, para las energías renovables será más difícil competir. Aunque la competencia no es directa, ya que el petróleo se usa principalmente para el transporte, mientras que las renovables para producir electricidad.
Como resultado del confinamiento, muchas personas están considerando positivo trabajar de forma remota. En última instancia, un descenso en los viajes podría también estar ayudándonos a lidiar con la crisis climática. Estamos aprendiendo lentamente a valorar a la ciencia y a las advertencias de los científicos. Hoy se reconoce lo importante que es para un gobierno apostar a lo proactivo.
Se comienzan a valorar las acciones colectivas por el “bien común”. La comunidad internacional ha tenido éxito cuando cada país advierte que otros países hacen su parte, ese es un fuerte incentivo para desempeñar su responsabilidad. Esta es la explicación de por qué son tan negativos Trump, Johnson, Bolsonaro y Morrison, que insisten en nadar contra la corriente. La estrategia que comparten es mermar la cooperación internacional, incentivan el nacionalismo, buscan sembrar el caos y tratan de sacar el máximo provecho del desorden provocado. La extrema derecha en muchos países vienen aplicando esta estrategia con éxito en los últimos años. Les ha permitido ganar elecciones.
Los posibles escenarios
En los próximos años, los precios baratos del petróleo podrían provocar que muchos pequeños productores de petróleo y gas cierren sus negocios. ¿Qué sucederá? De acuerdo a los últimos datos del Informe titulado Examen Global de Energía, publicado la semana pasada por la Agencia Internacional de Energía (AIE) para 2020, se proyecta una caída «histórica» del 8% en las emisiones de CO2 a nivel mundial, debido a la crisis del COVID-19. Su nivel más bajo en 10 años, generando una caída seis veces mayor que el récord anterior establecido a raíz de la crisis financiera mundial del 2008.
Es la mayor caída anual desde la Segunda Guerra Mundial. Equivale al consumo anual total de la India. Esta estimación está basada en un análisis de la demanda de electricidad durante los últimos 100 días. Para Europa, tal demanda cayó un 14% y las emisiones de CO2 se redujeron en un 39%. Esta situación podría cambiar si algunos países retrasan el levantamiento del bloqueo o aparece una segunda ola de COVID-19, lo que podría hacer que estas expectativas sean optimistas.
Pero si ocurre un repunte rápido de la economía, las emisiones después de la pandemia volverían a ser mayores que las disminuciones ocurridas hasta ahora, a menos que la inversión para reiniciar la economía se dirija hacia suministros de energía más limpios y resilientes. Algunos respaldan la perspectiva positiva del Informe de la AIE con respecto a un auge mayor para las energías renovables. Se afirma que la electricidad renovable será la única fuente resistente al mayor choque energético global en 70 años, provocado por la pandemia de coronavirus. En otras palabras, las energías renovables podrían ser las únicas beneficiadas. El COVID-19 está transformando el modo en que el mundo obtiene su energía, ya que la renovable ha sido la fuente más resistente a las medidas de bloqueo.
Sin embargo, hay que subrayar que la disminución histórica en las emisiones de CO2 está ocurriendo por varias razones equivocadas. La gente contagiada está falleciendo y los países están sufriendo un enorme trauma económico. La única forma segura y ambientalmente correcta para reducir las emisiones de manera sostenible, no es a través de cuarentenas y bloqueos dolorosos, sino mediante la implementación inmediata de las políticas correctas de energía y acción climática.
Si se mantiene el confinamiento, el uso de mascarillas y el distanciamiento social, se ayuda a romper la cadena de transmisión de COVID-19, ofreciendo una medida de protección a los demás. Este es un poderoso incentivo, ya que al mismo tiempo de proteger del contagio a los demás, también uno se protege a sí mismo.
En el caso de la crisis climática es distinto. Si reducimos nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, ayudamos a limitar el sobrecalentamiento, sin embargo, el beneficio directo que obtenemos de esa reducción es insignificante. Tanto para nosotros como para los demás es un incentivo débil. Esta es una de las razones por las cuales las personas y los países están limitando la propagación de la pandemia, pero no han actuado con la misma urgencia para detener el cambio climático.
En el corto plazo, antes de 2030, la demanda de tecnologías innovadoras podría ser limitada si los combustibles fósiles siguen abaratándose. Entonces, incluso a nivel social, el beneficio de reducir las emisiones será bajo para una persona o un país individual en relación con el beneficio global. Y eso sería un peligro para la acción climática.
Peor aún, debido a que el umbral para la catástrofe climática es incierto (2030-2040), cada país o persona tendrá razones para creer que sus propias emisiones no serán fundamentales. En otras palabras, el temido «cambio climático catastrófico» podría terminar siendo el resultado cruel de la incapacidad de todos y cada uno de los países, y de nosotros mismos para limitar nuestras propias emisiones. Esa es el gran desafío que se nos viene encima respecto a la crisis climática, por ello, algunos califican su solución como “imposible”. ¿Qué piensa usted?
Fuente: El Mostrador