Este texto corresponde a la continuación de “Tiempos y espacios de la pandemia: Algunas lecturas feministas”, que puedes leer aquí.

Veníamos de una olla hirviendo a la que, abruptamente, le cortaron el fuego. No es fácil enfrentarse a un escenario tan novedoso como catastrófico, cuando nos preparábamos para un año persistentemente rebelde. Los vientos de cambio azotaron el país – y el mundo – de un modo muy diferente al que habíamos previsto, y la sensación de incertidumbre se transformó en un acompañante silencioso de todos nuestros movimientos. 

En medio de este caos, no podemos evitar cuestionarnos sobre nuestro lugar en él, dónde estamos. Alejandra Castillo(1) se pregunta por las metáforas con las que nos explicamos la crisis: de alguna manera, la cuarentena impuesta podría ser un lugar seguro desde donde miramos la catástrofe. Sin embargo, no es posible tomar esa distancia para transformarnos en simples espectadores, pues estamos de igual forma vulnerables, en medio de una crisis transmitida en vivo por redes sociales. En palabras de la autora, un “naufragio en el espectáculo de la catástrofe”. Y si esto es, efectivamente, un espectáculo, todo el mundo juega su papel. ¿Cuál es el de los feminismos? ¿Cuál es el papel del tejido vivo que con tanta porfía hemos ido articulando? 

En la pérdida de rumbo, vemos luces, liderazgos femeninos como una posibilidad de mantenerse a flote en la emergencia. Varios medios han ofrecido artículos sobre la gestión de presidentas y primeras ministras de países que se han destacado por su manejo de la crisis. Jacinda Ardern (Nueva Zelanda), Tsai Ing-Wen (Taiwan), Katrín Jakobsdóttir (Islandia), Sanna Marin (Finlandia), y Angela Merkel (Alemania) son algunos de esos nombres. Aunque muchos de los argumentos para destacarles son innegables, cabe cuestionarse el discurso que asocia esta buena gestión con su género, en particular, con la capacidad de cuidar un país en tanto madres. La representación maternal de las mujeres en la política no es una novedad, pero se profundiza en tiempos de crisis, cuando la incertidumbre y la vulnerabilidad hacen más atractivos los liderazgos fuertes y personalistas, que ofrecen seguridad.  Aquí, este carácter maternal dibujado en la política de los liderazgos femeninos sirve como reforzamiento del mandato del cuidado(2). Y en Chile, sumamos a ello el fetiche del delantal blanco, en virtud del cual podemos coronar a una mujer médica como la madre heroína que necesitamos. Michelle Bachelet e Izkia Siches(3) son personas muy diferentes, pero con un efecto balsámico muy similar, si las pensamos, en ciertos momentos, como una representación de la madre firme que nos cuida en la enfermedad. 

Podemos, a lo menos, cuestionar que una buena gestión de la crisis se deba al género femenino de las mandatarias. Aún si consideramos que la construcción de género ha implicado que las mujeres, en general, tengan más experiencia en el cuidado de los grupos sociales, esa habilidad materna (si es que fuera cierta para cada caso individual) tendría que cruzarse con otras variables: la solidez de los sistemas sanitarios, la capacidad de respuesta técnica ante la emergencia, el nivel educativo de la población, la legitimidad del sistema político, o la diferencia de ingresos (entre países y dentro de ellos), por nombrar solo algunos de los factores posibles de analizar. Y aunque es indudable, al menos para mí, la conveniencia de vivir en la Nueva Zelanda de Jacinda Ardern por sobre el Brasil de Jair Bolsonaro, es prudente cuestionarse estas trampas del género: feminizar el rostro de la hegemonía no implica un cambio significativo en las relaciones de poder, necesariamente. El poder sabe de cooptaciones y máscaras.

¿Y entonces qué? Una advertencia sobre las trampas del poder y de la representación, no es suficiente para construir propuesta – y hará falta mucha más discusión que la que esboza esta columna –. Podría imaginar un consenso a voces: la necesidad imperiosa de medidas sanitarias pertinentes y contundentes, a la vez que el fortalecimiento de las redes comunitarias que permitan sustentar la vida en crisis. Aunque hay iniciativas desde múltiples veredas para ambas cosas, es innegable que el control de la fuerza pública, así como de información sustancial sobre el comportamiento del virus en nuestro país, nos dejan en una situación de vulnerabilidad, a la vez que dificultan la efectividad de cualquier interpelación, al menos por los medios de denuncia y protesta que hasta ahora conocíamos. Muestra del choque entre nuestra política y la suya, es la pronta represión que han encontrado las ollas comunes, que se han levantado como gesto porfiado de dignidad colectiva. 

La crisis sanitaria demanda a los feminismos y disidencias responsabilidad política, como parte de una ética de cuidado que es asumido no por una madre, sino por el colectivo. Si no necesitamos heroínas en los gobiernos, tampoco heroínas mártires de la protesta social. Los gestos temerarios de hoy, serán la desgracia colectiva del mañana. Es aquí donde la política de la afectividad se encuentra con la astucia: necesitamos, más que nunca, cultivar la ética del cuidado, pero una que no lo sacralice como un mandato esencial femenino, sino aquella que se construye desde la búsqueda colectiva de bienestar.

Vuelvo sobre la metáfora del “naufragio en el espectáculo de la catástrofe”. ¿No es acaso la soledad una condición del naufragio? Veo, más bien, multitud de embarcaciones bajo la misma tormenta. El error está en pensar que nuestro país es un mismo barco. No lo es. Aquellos que dirigen la flota, se mantienen vivos a costa del despojo. Frente a una amenaza, el virus, que no discrimina demasiado en lo biológico, la desigualdad social se impone como condición de posibilidad para la protección de los privilegiados(4), erigiéndose como “ventaja comparativa” en la lógica del capital. Sea entonces nuestra única posibilidad abrir bien los ojos – y los afectos – en búsqueda de banderas amigas con las que surcar estas aguas de incertidumbre en medio de la catástrofe. 

Hackear la pandemia: nadar a contracorriente sus ríos de pánico, desmantelar las narrativas del control. Esta vez, aprovecharnos del shock desde este lado de la vereda. Habitar con astucia el ciberespacio, aprender con premura sus trampas y posibilidades, antes de que el manto de la televigilancia cercene por completo la posibilidad de borrar nuestras huellas. Pensar nuevas formas de tomarse el espacio público, ahora que las recetas que conocíamos no son posibles. Ciertamente, las artes ya han proyectado algunas pistas, utilizando el caos como lienzo(5). Transformar la obediencia en cautela crítica; la desobediencia ciega, en desobediencia creativa. Lo dijo Meñique (6), “el caos es una escalera”. En medio de él, una diversidad de personajes pelea su lugar en la trama, escalando, disputándose el control. En ese escenario, no es solo nuestra capacidad de resistir lo que está a prueba, sino también nuestra capacidad de adaptación. Adaptarnos no para ser funcionales, claro está, sino para afinar la puntería, al tiempo que apostamos por algo más que sobrevivir. Habremos de respirar profundo, entonces, y ponernos a ello. 

1.-  Naufragio en el espectáculo de la catástrofe – Antígona Feminista

2.-Como ejemplo, podemos tomar el aplaudido discurso de Jacinda Ardern el 20 de marzo de 2020 (incluso referido en El País como “una obra maestra de comunicación política en situaciones de emergencia”). En él, respalda en su calidad de madre la decisión de no cerrar las escuelas en ese momento: “Estamos constantemente considerando estos escenarios, para mantener seguras tanto escuelas como niños. Como mamá, puedo asegurarles que esta es mi consideración clave.” (trad. propia).

3.- Me parece importante distinguir lo siguiente: señalar la inconveniencia de erigir a Izkia Siches como heroína o salvadora nacional, no implica dejar de reconocer y admirar el importantísimo rol que ha jugado, en el contexto de la pandemia, al confrontar al Ministerio de Salud desde lo técnico-político. Aún más, considerando la violencia sexista y racista a la que ha sido expuesta a propósito de su rol. 

4.-  Cabe precisar, frente al uso indiscriminado del término, que con “privilegiados” me refiero a quienes sostienen su bienestar y riqueza en la opresión ajena.

5.- Si el activismo lumínico de Delightlab no tuviese relevancia, no dispondrían de tanta energía para censurarlo. 

6.- Me refiero al personaje de la serie televisiva Game of Thrones (HBO, 2013).

Fuente: Amarantas

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