Fran y Kiara se quedaron sin trabajo y no pudieron seguir con el alquiler de su hogar. Tuvieron que volver a la casa de su familia, la misma de la que hace unos años se sintieron excluídxs.

Kyara tiene 28 años y nunca tuvo un empleo formal. Cansada de la violencia, se fue de su casa a los 16 para rebuscárselas por su cuenta. Cumplía jornadas de 12 horas en peluquerías para pagar un alquiler, hasta que las redes sociales le sirvieron de vidriera para demostrar su talento como colorista y comenzó a hacer trabajos a domicilio.

Con el aislamiento la demanda se cortó en seco. Ya no había ingresos ni un sitio donde vivir. Kyara probó primero compartir techo con su novio Francisco, un chico trans de 27 años que es artista del tatuaje y que también tuvo que dejar de trabajar a partir de la pandemia.

La historia de él es distinta. Cuando le contó a su familia que quería ser Francisco, sus padres lo acompañaron, pero le advirtieron que había elegido el camino más difícil. En medio de la pandemia mundial, cree que esos dichos parecen haberse hecho carne. “Tanto tiempo que los trans luchamos contra una sociedad que nos aísla, y ahora nos tenemos que aislar de nuestros vínculos afectivos que nos sostienen emocionalmente”, dice.

La pareja vivió con la familia de él en un dúplex de tres dormitorios de Progreso, un barrio popular del Oeste neuquino. En su casa no había escenas de violencia pero sí hacinamiento: sus padres, sus tres hermanas y sus cuatro perros debían convivir con la pareja.

Kyara no tuvo otro remedio que volver a convivir con sus padres y sus hermanos. Ellos, los que solían decirle “puto” cuando compartían la mesa, los que llegaron a ejercer violencia física para disciplinarla, los que recibieron a los patrulleros tras las escenas más crudas y la motivaron a ella a llamar al 148, la línea de asistencia que tiene Neuquén para las víctimas de violencia y que la ayudó a empoderarse.

Lo más difícil del aislamiento, dice Kyara, es la cantidad de horas que pasan juntos. Ella piensa que la relación sería menos hostil si pudiera salir de casa en casa a teñir a sus clientes. Aunque la flexibilización de la cuarentena permite el trabajo de las peluquerías en Neuquén, ella no puede darse el lujo de tener su propio local habilitado.

“Nunca tuve recibo de sueldo, ni aportes, ni obra social; tampoco tengo un ingreso estable que me permita pagar un monotributo”, dice. Sin recibo de sueldo tampoco hay chances de acceder a un alquiler. Cuando no le quedó otra que volver, se refugió en el cuarto más pequeño de la casa, lo más lejos posible de los insultos. Y se dedicó a estudiar.

Sólo le faltan dos materias para terminar el secundario y convertirse en técnica química. En septiembre del año pasado empezó a teñirle el pelo a una profesora de la carrera de Ingeniería Química que se convirtió en su tutora y la incentivó a entrar a la universidad. Kyara pidió una prórroga para la entrega del título secundario y empezó a cursar.

No siempre consigue reunir las fuerzas para concentrarse. La pandemia no le permite juntarse con la familia que construyó con sus amigas y amigos trans a fuerza de militar por su identidad. “La familia elegida es la que nos sostiene. Tengo amigues que han hecho vaquitas para pagar el alquiler de las demás, que nos contienen para hacerle frente a esta sociedad que nos violenta”, dice.

Mientras tanto, cultiva su perfil en redes sociales, con cuatro mil seguidores que ven las fotos de rubios elegantes, melenas azul eléctrico y mechones de arcoíris. Su fuerza de voluntad de plasma en las tinturas que practica con esmero y osadía, y también en un historial de trabajos precarios y hasta peligrosos que cumplió con el único objetivo de valerse por sí misma.

Para Fran, sobrevivir tampoco es una tarea fácil. Tras abandonar el hogar a los 19 años, inició un periplo por empleos informales que lo hicieron acostumbrarse a la carencia. Dice que la mejor forma de ser rico es no necesitar demasiado, es encontrar la calma dentro de uno mismo. Por eso se formó como instructor de yoga. Los estudios de yoga están habilitados desde que se flexibilizó la cuarentena en Neuquén, pero él tampoco se da el lujo de tener un local habilitado.

Fran ya tiró curriculums en todos los supermercados, que trabajan a buen ritmo en un escenario de pandemia. Todavía no tuvo convocatorias a entrevistas laborales. Sin embargo, sueña con vivir en su propio espacio. “Es una comodidad pero no un delirio multimillonario”, dice.

Aunque sus padres buscaron formarse en género para acompañarlo en su transición, él también decidió independizarse pronto. El regreso al hogar no fue sencillo, y Fran busca estrategias para evitar el choque constante con los suyos en una casa demasiado apretada para seis. Mientras tanto, se ofrece para trabajar como paseador de perros. Quiere aportar algo de dinero a la casa y animarse a soñar con un hogar propio. Uno junto con Kyara, que se sueña ingeniera y con un futuro feliz.

Fuente: Cosecha Roja

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