El cuerpo maltratado del presidente Gualberto Villarroel colgando de un farol de la plaza Murillo. Esa es la imagen que la mayoría de lxs bolivianxs llevamos grabada en la memoria cuando retrocedemos a los trágicos acontecimientos de julio de 1946.

Se ha escrito mucho sobre esta violenta página de nuestra historia. Pero en gran parte de estas narraciones se ha cargado la tinta: ya sea para acusar a la rosca minera de propiciar el derrocamiento de Villarroel o ya para reivindicar el hecho como un movimiento popular legítimo que buscó liberar al país de un régimen en extremo abusivo.

Y a pesar de que han pasado 70 años, aún hoy es complicado separar la paja del trigo e intentar pintar los sucesos del 46 con el lente de la objetividad, si es que tal cosa puede ser posible.

Esta es la última foto tomada al presidente Villarroel (centro). Fue captada un día antes de su asesinato, cuando presentó a su nuevo Gabinete con el cual intentó calmar la furia popular.

Apoyado en los magníficos documentos fotográficos del periódico La Razón, me permito compartir algunos de los hechos de aquellos días de furia, esperando que ayuden a cada quien a sacar sus propias conclusiones.

Debo decir, sin embargo, que estas imágenes por sí solas echan por tierra aquellas voces que señalan que la revuelta del domingo 21 de julio de 1946 fue impulsada por una turba de cuatro gatos pagados por la oligarquía minera de la época.

Los sucesos de ese trágico día no fueron más que la culminación de un proceso gradual de deterioro en la popularidad del gobierno de Gualberto Villarroel, proceso acelerado por la violenta represión que el régimen impulsó contra miembros de la oposición y ciudadanos críticos a su accionar.

Esta es la última foto tomada al presidente Villarroel (centro). Fue captada un día antes de su asesinato, cuando presentó a su nuevo Gabinete con el cual intentó calmar la furia popular.

Apoyado en los magníficos documentos fotográficos del periódico La Razón, me permito compartir algunos de los hechos de aquellos días de furia, esperando que ayuden a cada quien a sacar sus propias conclusiones.

Debo decir, sin embargo, que estas imágenes por sí solas echan por tierra aquellas voces que señalan que la revuelta del domingo 21 de julio de 1946 fue impulsada por una turba de cuatro gatos pagados por la oligarquía minera de la época.

Los sucesos de ese trágico día no fueron más que la culminación de un proceso gradual de deterioro en la popularidad del gobierno de Gualberto Villarroel, proceso acelerado por la violenta represión que el régimen impulsó contra miembros de la oposición y ciudadanos críticos a su accionar.

Los movilizados ingresan de a poco a la plaza Murillo desde la calle Ballivián.

Para intentar comprender el contexto debemos retroceder hasta el final de la Guerra del Chaco. Esta conflagración bélica que nos enfrentó con Paraguay (1932-1935) permitió germinar una nueva conciencia nacional.

Jóvenes oficiales que retornaron de las arenas del Chaco llegaron a las ciudades imbuidos de ideas de cambio, lo mismo que los miles de ex soldados y prisioneros de guerra que entendieron que la conducción política y social del país debía tomar un giro rotundo sin la presencia de la oligarquía que había llevado a Bolivia al desastre de la guerra.

Es así que se abrió en el país un periodo de dictaduras progresistas militar-socialistas bajo el liderazgo de David Toro Ruilova y Germán Busch Becerra (1936-1939). Hay que entender, sin embargo, que entonces las ideas del socialismo eran cool. Una moda que pegó con fuerza en el país de la mano de varios grupos de izquierda que surgieron tras la Guerra del Chaco renegando de la vieja política boliviana, dominada hasta entonces por conservadores, liberales y republicanos. Los militares no hicieron más que subirse a ese carro para afianzarse en el poder, aunque, al final. sin lograr consolidar los cambios trascendentales que habían soñado realizar.

Desde Oruro llegaron ciudadanos armados para sumarse a la revuelta en La Paz.

Tras el suicidio de Busch en agosto de 1939, las fuerzas conservadoras junto con la oligarquía minera tomaron el poder y propiciaron las elecciones de 1940 donde triunfó el general Enrique Peñaranda.

El 20 de diciembre de 1943 Villarroel -que había sido parte de los más jóvenes e idealistas oficiales militares que habían dado apoyo a Busch y a Toro- lideró un golpe contra  Peñaranda y se convirtió de facto en el presidente de Bolivia.

Villarroel promulgó un número de reformas profundas, incluidas la rebaja de alquileres, el reconocimiento a los sindicatos y el derecho a pensión y al retiro voluntario y la abolición permanente del pongueaje y mitaje. También realizó el deseo de Busch de crear una asamblea indígena, la primera de este tipo en la historia de América Latina, e instituyó reformas sociales. 

En virtud de la promulgación de la nueva Constitución de 1945, fue elegido presidente constitucional para un período de 6 años.

Se inicia el ataque al Palacio, donde se hallaba el presidente Villarroel. Tras días de enfrentamientos, el Ejército decidió retornar a sus cuarteles y pedir la renuncia de Villarroel.

Villarroel fue parte de los fundadores de Razón de Patria (Radepa), logia secreta conformada en su mayoría por militares que, de a poco, comenzaron a convertirse en el brazo represor del gobierno de Villarroel. Más aún, bajo el amparo que les brindaba el poder, comenzaron a cometer crímenes como el secuestro del minero Mauricio Hoschild, liberado a duras penas tras la intervención directa del Presidente.

Como bien señala Rogelio Alaniz, «la derecha lo considera un extremista de izquierda, y la izquierda, un extremista de derecha. Su estilo de gobierno está muy lejos de la santidad. En noviembre de 1944 reprime a sangre y fuego un levantamiento militar en Oruro. Meses después el ejército a sus órdenes dispara contra mineros y campesinos en Las Canchas. No conforme con ello, clausura diarios opositores y, probablemente, haya sido el responsable del atentado con el dirigente del PIR, José Antonio Arze».

La conspiración contra Villarroel de noviembre de 1944 en Cochabamba y Oruro encabezada por el coronel Ovidio Quiroga terminó con un desplazamiento de tropas de La Paz que desbarató el intento y con la ejecución criminal de más de 10 de los insurrectos el 20 de noviembre de 1944. De ellos, cuatro fueron asesinados en el camino La Paz-Yungas. Precisamente en Chuspipata fueron fusilados y luego despeñados los senadores Luis Calvo y Félix Capriles, los ex-ministros de Estado y profesores de la Universidad Carlos Salinas Aramayo y Rubén Terrazas y el general Demetrio Ramos.

El impacto de tal brutalidad fue muy fuerte sobre todo en sectores de clase alta y media de las ciudades. Fue el comienzo del fin del gobierno de Gualberto Villarroel.

Restos de las personalidades que fueron fusiladas en Chuspipata, rescatados meses después de los cruentos asesinatos.

Roberto Querejazu Calvo relata en Llallagua: «Se llegó a la crisis en julio de 1946. El día 8 los maestros de escuelas y colegios se declararon en huelga pidiendo aumento de sueldos. Dos días después los estudiantes de la Universidad de La Paz marcharon por las calles en apoyo de aquéllos. La policía dispersó la manifestación concentrada en la Plaza Murillo con disparos de fusiles y ametralladoras. Hubo tres muertos y once heridos.» 

«Al día siguiente, el entierro de los muertos dio motivo a otra concentración popular en la que cayeron nuevas víctimas. Los festejos de celebración de las efemérides cívica de La Paz distrajeron la atención pública, aunque no la labor subterránea de los dirigentes del PIR, elementos de derecha, organizaciones femeninas y universitarias, coaligados en un complot revolucionario.» 

«El 17 de julio un grupo de adherentes del MNR, en el que se encontraba el Ministro de Agricultura, Julio Zuazo Cuenca, lanzó piedras contra las ventanas de la Universidad. Este estúpido gesto reavivó la hoguera que se suponía en trance de extinguirse. Universitarios visitaron diferentes barrios de la ciudad denunciando el ultraje a su Alma Mater. Gentes de los diferentes grados sociales convergieron hacia el centro y en gran multitud gritaron frente al Palacio de Gobierno: «¡Abajo el MNR!», ¡Abajo la bota militar!». Se produjeron tiroteos en varias zonas. Grupos de revoltosos dispararon contra el cuartel del regimiento Calama y la Seccional de Tránsito próxima al mercado Rodríguez.» 

Un grupo de jóvenes dispara al edificio de Radio Illimani, desde donde seguidores del Gobierno defendían el ingreso al Palacio Quemado.

«El general Ángel Rodríguez hizo conocer a Villarroel el pedido de su renuncia que hacían muchos jefes y oficiales. Según palabras del propio Rodríguez: ‘El presidente no esperaba este golpe. Su desconcierto fue apenador’.»

«Al avanzar la mañana (21 de julio) un grupo de personas, que se había reunido en la esquina de la Municipalidad para comentar la situación, se dio cuenta de que el palacio consistorial estaba sin guardias y que en el vestíbulo seguía un pizarrón en el que se invitaba al público a pasar y comprobar que era falso el rumor callejero de que en el edificio se habían ocultado cadáveres de los caídos en los días anteriores. Se buscó por todas partes y más bien se encontraron algunas armas y munición. Alguien lanzó la idea de buscar más armas en la Dirección General de Tránsito. Como allí se tropezase con resistencia, se entabló combate sobre la Avenida Santa Cruz. La chispa estaba encendida.» 

«Más y más personas se fueron sumando a la rebelión. Cayó Tránsito, donde se hallaron otras pocas armas. Se decidió atacar la cárcel (Panóptico) y libertar a los presos políticos. El mayor de ejército Max Toledo, Director General de Tránsito y miembro de la Radepa, fue sorprendido y muerto en las proximidades de la plaza San Pedro. Una mente maligna, recordando el fin del fundador del fascismo, propuso que su cadáver fuese colgado en esa plaza. Así se hizo, sentándose un funesto precedente para ese día. Se tomó el Panóptico sin mayor dificultad. Los presos políticos y comunes recobraron su libertad.» 

«La revuelta cundió a toda la ciudad. Se ocuparon otros edificios públicos como el Instituto Militar (cuyos alumnos se plegaron a los rebeldes colocándose la gorra militar con la visera hacia atrás), el cuartel del regimiento Calama, la Escuela de Policías, la Oficina de Investigaciones, Radio Illimani y el Ministerio de Gobierno (donde se encontraron más armas).»

«Ninguna de las unidades militares salió a las calles a defender al régimen. Más bien tropas del Loa se plegaron a la insurrección (volcando su gorra como los alumnos del Instituto Militar). Los civiles adoptaron como distintivo el no uso de corbata. Hasta medio día toda la ciudad quedó en poder de la revolución, con excepción del Palacio de Gobierno. Quedó éste como un islote en medio de un mar embravecido.»

Los militares que se sumaron a la revuelta lo hicieron con la gorra al revés.

«El palacio no contaba con más fuerzas que su guardia habitual de 24 soldados del regimiento Sucre al mando del subteniente Federico Lafaye Borda y alguna tropa de la Escuela Motorizada a órdenes del capitán Téllez. No encontrándose a la vista en esos momentos ningún jefe que tomase decisiones en sentido de rendir el edificio o defenderlo, ambos oficiales creyeron que su deber era luchar. Distribuyeron sus hombres detrás de las ventanas para responder al graneado fuego de los atacantes».

«Los revolucionarios invadieron el palacio frenéticamente. Se esparcieron por todas partes, buscando al coronel Villarroel. Lo encontraron en una estrecha alacena para guardar papeles de la oficina de Reorganización y Eficiencia Administrativa. Existen varias versiones de lo que sucedió a continuación. Una de ellas dice que al sentirse ruido en la alacena uno de los revolucionarios disparó su pistola ametralladora a través de la puerta cerrada y que al abrirse ésta se encontró a Villarroel herido de muerte. Otra expresa que el coronel Villarroel abrió la puerta de la alacena y disparó su revólver sobre sus atacantes, cayendo acribillado por los disparos de éstos. Una tercera versión dice que al ser descubierto exclamó: «No soy Villarroel, soy Alfredo Mendizábal, jefe del PIR» (uno de los cabecillas de la revolución, con quien tenía mucho parecido físico)».

Heridos en los combates del 21 de julio participan semanas después del desfile realizado en honor a los movilizados caídos.

Un día después de la revuelta, las familias de los «revolucionarios» caídos entierran a sus muertos.

Los movilizados marchan con los cuerpos de sus compañeros por la plaza Murillo, un día después.

Ante la disolusión de la Oficina de Tránsito, jóvenes asumieron la tarea de dirigir el tránsito paceño.

«Lo cierto es que falleció allí y que su cadáver fue arrojado por una de las ventanas de esa oficina a la calle Ayacucho, por donde afluía gran cantidad de público hacia la Plaza Murillo. Se lo despojó de su vestimenta y casi desnudo se lo colgó de uno de los postes de luz. Igual suerte sufrieron el capitán Waldo Ballivián y el secretario del presidente, Luis Uría de la Oliva, muerto también dentro del palacio, y el periodista Roberto Hinojosa, victimado en una calle próxima».

«El macabro cuadro de las pálidas figuras colgadas en la plaza Murillo, el del solitario cadáver pendiente de otro cordel en la Plaza San Pedro, los dirigentes del MNR y miembros de la Radepa ocultos en casas de amigos o asilados en embajadas, las indecisiones en el gobierno y la cólera en el pueblo, todos los heridos y muertos, toda la sangre y el dolor de ese domingo fueron el epílogo de un régimen que dos años antes se inició pletórico de juventud de ideales y que labró su propia destrucción al pretender que el fin que perseguía justificaba los medios vedados que empleaba».

El periodista Roberto Hinojosa cayó víctima de la furia de los movilizados.

Al final se puede concluir que no sólo la izquierda salió a las calles de La Paz el 21 de julio de 1946. También la derecha a través de organizaciones políticas y diarios financiados por la rosca minera. Treinta años después, el dirigente trotskista Guillermo Lora dirá en una conferencia en la universidad de San Marcos: «Los marxistas y los imperialistas norteamericanos habíamos llegado a la misma conclusión, aunque por motivos diferentes’’. Esto era terminar con el gobierno de Villarroel.

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