Los mitos han ascendido. Como nunca antes las silentes mentiras recorren Chile y la catástrofe se cierne en la población: hambre, miseria y enfermedad. Pero el hambre y la miseria no son producto de la tercera. Emergen del proceso irrefutable de un neoliberalismo más rampante que nunca. Desde 2018 hasta ahora hemos asistido a la precarización y militarización de nuestras vidas. Desde el Estado se nos ha impuesto con fuerza policial la totalidad de la carga económica para mantener a un empresariado y su distópico mundo, que ha corrompido progresivamente la política, la prensa y la justicia.
¿Por qué se precipita la situación? Si bien durante la segunda gestión de Bachelet se generaron algunas respuestas ante las demandas sociales, que operaron como un paquete de medidas para hacer más llevadero el neoliberalismo en su reproducción, el segundo gobierno de Sebastián Piñera, tuvo por objetivo mantener las utilidades de los grandes grupos económicos, haciendo caso omiso a las demandas sociales que las reformas bacheletistas no acabaron de responder. Piñera quería inaugurar un proyecto político de Tiempos Mejores, que detuviera la mediocre tendencia reformista de la Nueva Mayoría y abriera paso a una continuidad de la derecha en el poder. Pero este proyecto chocó con la realidad desde un primer momento.
El 2018, durante el primer ciclo del presente mandato, cerca de mil empresas quebraron, siendo el mismo Roberto Walker, presidente de Financial Group, quien declaró acongojado que Chile no estaría preparado para enfrentar una posible crisis, teniendo de telón la persistente explosión subprime que se profundizaba diez años después del gran colapso de Lehman Brothers y una situación fiscal chilena que, para septiembre de 2018, estaba extremadamente deteriorada, siendo el gobierno neoliberal de Piñera un acelerante con su indiferencia ante la situación global de una crisis terminal embrionaria. En diciembre, Miguel Ricourte, economista jefe de Itaú Chile, vaticinaba que el riesgo a una recesión había aumentado exponencialmente por el mal manejo de las contradicciones del mercado, siendo previsible que nuestra “Nación” temblaría por la alta dependencia externa. Sin embargo, pese a las advertencias de los gremios hegemónicos, el itinerario del presidente estaba concentrado en hacer de la Araucanía una región apta para la inversión de capitales a través de su Plan Impulso, burda estrategia de marketing contracara del Plan Araucanía que contemplaba la militarización y dominación estatal de los reductos de la resistencia mapuche, símbolo de la lucha contra el poder central chileno. Para noviembre de ese año, todo este esfuerzo demostró ser inútil cuando la brutal fuerza del Estado asesinó a Camilo Catrillanca, prefigurando la contienda que marca nuestra condición actual: la lucha entre el pueblo y la clase empresarial.
De manera solapada, la relación naturalizada entre las cofradías patronales y el Ministerio de Hacienda se abocó no sólo a mantener las tasas de ganancia, sino que también a delinear un proyecto de sociedad totalmente capitalizable. Ello no nos debería llamar la atención, puesto que desde la década de los 90s se normalizó la injerencia política del empresariado, que asumió el rol de cancerbero de las reglas del juego neoliberal a través de sus múltiples cabezas gremiales como lo son la CPC, la SOFOFA o la SNA. En los cafés después de una reunión en alguna comisión del Parlamento, a través de su palestra permanente en el cuerpo B de El Mercurio, o directamente presentando proyectos propios, la casta explotadora se opuso una y otra vez a cualquier atisbo de cambio, reclamando constantemente el respeto a las normas del mercado y condenando al pueblo a la precarización absoluta de sus medios de vida. El gobierno de Piñera viene a ser la consumación de este perverso sistema de influencias, asignándole un exceso de protagonismo al paladín del lobby, Rafael Moreno, en la dirección del Ministerio de Desarrollo Social (hoy en el Ministerio de Obras Públicas y diagnosticado con Covid-19).
Para septiembre de 2019 la situación era desastrosa. Nuevamente los procesos de quiebra tomaron un cariz masivo, debido, según las fuentes cerriles de El Mercurio, a la “debilidad” del consumo privado, el aumento de los arriendos y la extensión de los plazos de pago, afectando la liquidez de unas escuálidas empresas que siempre fueron farsa disfrazada de emprendimiento. Asimismo, la población era empujada hacia un torbellino de pobreza y miseria, que combinaba el aumento en el costo de la vida y la precarización de los salarios con ascendentes tasas de suicidio, alcoholismo y drogadicción. Para 2017 Chile hacía gala de una deprimente estadística: 219 mil niños entre 5 y 17 años trabajaban en Chile. Luego de dos años de absolutismo neoliberal, aquella cifra ha aumentado a 230 mil cándidas almas circulantes en el mercado laboral. Ante tal nivel de abandono y desintegración social, no nos debería sorprender el estallido de Octubre, más bien, deberíamos preguntarnos cómo fue que la situación se sostuvo por tanto tiempo.
Con el Octubre Chileno se abre el segundo ciclo de la presidencia de Sebastián, marcada por el aumento de la tensión social que inundó el ambiente de hálito castrense; sin mayor margen de operaciones, se concentró en preservar sus bases institucionales a cuyo llamado el 15 de Noviembre asistieron en amplio consenso los partidos del orden, aquellos de vieja data y esos de nuevo cuño progresista, tirando un salvavidas a la tiranía que se hundía. Para 2020, el Estado alcanzó niveles represivos nunca vistos en la democracia transicional, despertando de las entrañas el viejo uniforme del General. No obstante, ya había quedado en evidencia que la abierta guerra contra el pueblo no iba a socorrer a la administración, que necesitaba de un comodín para recuperar legitimidad. Así, la pandemia internacional materializó el anhelo de la desmovilización sin el desgaste que significaba otra ola de violencia estatal. Más la panacea se volvió maldición.
A dos meses de empezada la crisis sanitaria, el gobierno de Piñera ha desnudado completamente su incapacidad para responder a las necesidades del pueblo. Desestimando la peligrosidad del virus, permitieron que una epidemia de turistas privilegiados se volviera una nueva catástrofe para los pobres. Arrogantes y criminales, se negaron a seguir paradigmas de contención para no traicionar la vía neoliberal ante un Estado Social fuerte, basándose en las singulares y desventuradas soluciones europeas de sanidad que causaron los horrores de Italia y España. Vanagloriándose en la supuesta preparación, crearon y creyeron mentiras, repitiendolas en matinales y noticiarios. Sin embargo, los ventiladores nunca existieron, los insumos y las camas no eran suficientes, y las cifras, constantemente manipuladas, vislumbraron la injusticia histórica que ha moldeado el territorio. La insuficiencia en su máxima expresión es el abandono de las comunidades marginales del país, a las cuales, con el conjunto de los recursos gubernamentales, no se les puede hacer llegar cajas de alimentos o brindarles el mínimo trecho de subsistencia. No hay regulación de precios, congelamiento de deudas o protección real del trabajo, base de la reproducción y el valor. La epítome de la incompetencia se devela en la tranquilidad homicida de los dirigentes, quienes proclaman en televisión su ignorancia acerca de la “pobreza y hacinamiento” de gran parte de los chilenos. Hoy, tenemos altas tasas de contagio, desempleo generalizado, crisis de subsistencia y hambre. Los partidos ancianos del orden tratan de no naufragar a través de acuerdos burdos y el nuevo progresismo de izquierda continúa con su pueril jugarreta, anulándose en tanto oposición y sumándose a los ansiados escaños de un Pacto de Dominación que se niega a morir.
Nos queda claro, entonces, que lejos de ser un accidente histórico o un percance puntual y momentáneo, nuestra desastrosa situación actual es el resultado de la irresponsabilidad y negligencia de la rancia clase política. El régimen de Piñera aceleró la carrera hacia el abismo, en consonancia a las acciones de otros líderes de la Reacción (Trump, Bolsonaro y Johnson). Exacerbó los peores elementos del páramo neoliberal, en un momento en que los indicadores de la tecnocracía se alzaban en rojo y preveían un infausto destino. Llegado el momento, la reproducción del capital se enfrentó directamente con la reproducción de la vida, y Piñera optó por salvar la acumulación, olvidándose de la base que sustenta esa riqueza.
Con todo, la dignidad aún está latente, pues “…no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza”.
Bibliografía:
https://www.elmercurio.com/Inversiones/Noticias/Columnas/2018/12/27/La-recesion-de-2019.aspx