Nos esperan días oscuros, advierten los autores de esta columna. Tras analizar la capacidad de respuesta sanitaria de Chile estiman que “es difícil creer que antes de agosto logremos reducir las cifras de personas fallecidas”. Estamos en una crisis peor que la que enfrentaron Italia y España y afirman que se debe a los errores cometidos por el gobierno, los cuales detallan en esta columna. Entre ellos, destacan el alimentar la idea de que no es un peligro enfermarse en un país con suficientes camas y respiradores. “Es irreal y peligroso considerar a los ventiladores como la estrategia fundamental para resolver la pandemia. La mortalidad en el caso de tratamiento con respiradores es altísima, más aún cuando la mayor parte de las personas están hoy conectadas a un ventilador mecánico en “UCIs improvisadas”, explican.
El sistema hospitalario está colapsado. Ya estamos contando de a cientos los muertos por día, no en decenas como hace unas semanas. La medicalización de la crisis llevó al gobierno a poner todos los recursos en fortalecer el sistema hospitalario, en vez de enfrentar la pandemia desde la prevención del contagio y la mitigación del impacto sobre los contagiados.
El gobierno no comunicó de modo coherente y sistemático la gravedad del virus y, la evidencia sugiere, que se alimentó la idea que contagiarse no era un peligro en un país con suficientes camas y respiradores. Este mantra se repite hasta hoy en el discurso gubernamental, y ha desestimulado el énfasis en parar el contagio, a pesar de las advertencias de científicos y expertos, como también de lo que se observaba en países que ya se encontraban en el pico de contagios, enfermedad y muerte.
En Chile se alimentó, por lo tanto, una suerte de aceptación del contagio y una tremenda autocomplacencia de una estrategia que una y otra vez mostró estar fracasando.
Terminar con el contagio nos tomará al menos el doble de tiempo de lo que le tomó a Italia, España o Alemania. Considere, por ejemplo, que Italia decretó la cuarentena total el 9 de marzo cuando tenía 7.985 contagiados y 473 personas fallecidas . Y comenzó a levantar sus cuarentenas (fase 2) casi dos meses después, el 4 de mayo, sin descartar otras medidas de confinamiento. Chile, entonces debiera estar al menos hasta agosto con áreas extensas en confinamiento. Con la insistencia en cuarentenas de áreas pequeñas (“dinámicas”, a nivel comunal o subcomunal), es posible esperar que esta situación se alargue aún más, dado que las cuarentenas para ser efectivas, requieren aplicarse sobre ciudades enteras como mínimo.
Si el gobierno continúa con una estrategia de contagio progresivo y no acepta ayuda experta, entonces la catástrofe será aún mayor. Chile podría estar entre 6 y 8 meses con confinamientos, lamentando cientos de miles de enfermos, decenas de miles de fallecimientos y con una economía fuertemente debilitada. El germen de una crisis social violenta debe también estar en nuestras mentes.
UN DESASTRE POR ELECCIÓN
La devastación en Italia, especialmente en la región de Lombardía está en el imaginario global de la pandemia. Ciertas particularidades sociales y culturales nos hacen pensar en paralelos importantes: nuestra permanente necesidad de compartir de modo cercano y una infraestructura de salud pública desmantelada por políticas neoliberales que antecedieron a la llegada del coronavirus. Es importante entender que las pandemias intensifican y visibilizan la desigualdad y la precariedad. Las pandemias no son sólo una amenaza biológica. Una pandemia es un desastre por diseño y elección. El virus carece de intencionalidad y solo actúa dinamitando el espejismo de una sociedad en la cual no todos tienen derecho a la salud, la vivienda, la educación, un ingreso digno, y la participación en las decisiones que definen una nación.
Para salir del desastre en el que estamos, debemos aprender de las buenas medidas de otros países, pero también de nuestros errores. A pesar de la devastación que observamos, tenemos también mucha experiencia frente a situaciones adversas. La identidad de Chile está determinada por nuestros grandes terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, aluviones, incendios, y graves sequías. Todavía podemos salvar muchas vidas.
Un error importante fue no poner atención a la experiencia de otros países para elegir la estrategia con mayor probabilidad de éxito. Hay claves que indican que la que eligió el gobierno, aún no explicitada en un reporte oficial, fue la del contagio progresivo. Esta estrategia se derrumbó como un castillo de naipes. Otro error fue el triunfalismo prematuro, un espejismo peligroso que debemos abandonar. Debemos asumir que somos como muchos otros países, con sus recursos y sus falencias. Es probable que para corregir esto sea necesario cambiar al equipo a cargo de la pandemia en el Ministerio de Salud.
Tampoco éramos, como se dijo, el país mejor preparado. Según datos de la OECD, Chile está en el lugar 36 de 42 países en cuanto a número de camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes; mucho más abajo que Italia y España. Si comparamos el número de camas en unidades críticas (UCI y UTI, donde debieran estar en tratamiento los pacientes más graves o que requieren apoyo ventilatorio), nuestras 5,3 camas críticas cada 100.000 habitantes, nos ubican mejor que Nueva Zelanda y al nivel de Suecia; pero Italia y España tienen el doble y Alemania siete veces más. Estas cifras debieran haber significado una alerta roja, porque nuestro sistema de salud es, además, muy inequitativo. Por ejemplo, según la OPS, el número de Años de Vida Potencialmente Perdidos (AVPP) en el decil de ingreso más bajo es 273.9 por 1.000 habitantes (antes de los 80 años), mientras que la cifra es solo de 181.2 AVPP por 1.000 en el decil más alto.
Otro error más: no oír a la comunidad científica en su reclamo por la falta de datos y en su advertencia de que el camino que estábamos tomando no era correcto. El falso “aplanamiento del contagio” que se celebró en abril fue advertido “COVID-19: Chile no está aplanando la curva, la perdimos de vista”). El Ministerio de la Secretaría General de la Presidencia simplemente consideró que se basaba en “creencias” (ver la respuesta que se le dio al ministerio). Es un ejemplo más del tipo de respuestas que muchos grupos científicos han recibido y que llevó al IMFD a abandonar la mesa de datos que asesoraba al gobierno. Otro ejemplo más reciente es la carta pública enviada al presidente Piñera firmada por 40 científicos. La carta no ha recibido una respuesta oficial pese a que el gobierno prometió implementar algunas de las medidas sugeridas.
Estos errores llevaron a que Chile se demorara en reaccionar, con un costo de vidas muy alto. A pesar de los esfuerzos por fortalecer el sistema hospitalario de estos últimos meses, con un aumento significativo de la cantidad de camas y de ventiladores, comenzamos a despertar muy tarde. Según la encuesta del 10 de junio de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva, Chile prácticamente a más que duplicado su oferta de camas UCI desde mediados de abril, llegando a unas 2.500 camas disponibles los primeros días de junio. Por otro lado, desde la mesa de datos del Ministerio de Ciencias, se reportó la cantidad de ventiladores disponibles que aumentó desde el 14 de abril –primer día en que se informa el dato– casi al doble, desde 1.550 ventiladores a 2.876 el día 11 de junio.
FUERA DE CONTROL
¿Por qué nos dejamos llevar por el triunfalismo y cometemos estos errores? Hay algunas explicaciones.
Los primeros en contagiarse fueron jóvenes del sector oriente de la capital, personas saludables y con acceso a buenos servicios médicos. Esa población, obviamente, resistió bien al coronavirus, pero no reflejaba la realidad de la mayoría de los habitantes en Chile. En retrospectiva, ese era el momento de poner un cordón sanitario fuerte a la zona oriente y activar sistemas para la detección temprana de contagios en puertos de entrada al país. Con ello habríamos comprado tiempo para preparar una respuesta nacional. Una cuarentena rígida a las comunidades con más riqueza y acceso a recursos era posible, y había concientizado y elevado la percepción del riesgo de todo el país, porque los medios, las autoridades, y otras fuentes de poder están localizadas en ese sector de la población, en una ciudad fragmentada y centralista.
Ignorando las recomendaciones de expertos e investigadores, además de la ya evidente desconfianza de la ciudadanía, la autoridad implementó “cuarentenas dinámicas”, que más bien podrían denominarse como cuarentenas de áreas pequeñas, incluso menos que una comuna. Un experimento no aplicado en el mundo y que demostró ser un desastre en la Región Metropolitana.
Chile abordó el contagio sin considerar cuarentenas amplias olvidando un supuesto fundamental, que ya conocíamos por la experiencia de otros países: ese tipo de cuarentenas requieren un elevado nivel de testeo y montar una alta capacidad para trazar contactos rápidamente. Esto requiere que la autoridad salga a buscar al virus –sobre todo a los grupos de riesgo– y que no sólo cuente los que llegan a las urgencias porque se sienten muy mal. Que las personas con síntomas sean aisladas y estudiados sus contactos para ponerlos en cuarentenas de manera precoz.
Un testeo insuficiente, una trazabilidad débil y un exceso de confianza llevó a la autoridad a pensar que estábamos aplanando la curva, pero lo cierto es que habíamos perdido de vista al virus. Esto no lo vimos inmediatamente porque el Covid-19 es un desastre lento, uno donde su impacto se aprecia tres semanas más tarde, al menos. Los que se dejó de hacer en ese momento, el exitismo de abrir centros comerciales e invitar a una “nueva normalidad” o un “retorno seguro” a nuestros trabajos, incrementó la movilidad y redujo el efecto de las cuarentenas.
Hoy Chile es uno de los líderes mundiales en testeo por millón de habitantes, pero a la vez es líder mundial en contagio diario y circulación del virus. Hoy uno de cada tres test es reportado como positivo (sobre el 35% de positividad). Nueva Zelanda llegó en el momento de mayor dificultad a reportar uno de cada 25 test como positivo. Italia en los últimos días de marzo, cuando se vio más apremiada, reportó uno de cada cuatro a cinco test positivos por dos semanas. Antes y después Italia mantuvo su testeo en mejor situación respecto a su propio nivel de contagio, es decir, se mantuvo bajo el 20% de positividad. Chile lleva tres semanas sobre el 20% de positividad, y en la Región Metropolitana, cerca de 1 de cada 2 test fueron positivos entre el 10 y 11 de junio de acuerdo a los reportes diarios del MINSAL.
Las universidades, laboratorios y el sistema de salud han hecho un esfuerzo colosal para llevar el nivel de testeo diario de Chile a este gran nivel. Sin embargo, esto no ha sido suficiente, porque tenemos un proceso epidémico totalmente fuera de control. El análisis de Espacio Público y la Universidad de Chile nos muestran, que existen demoras de semanas en reportar el resultado de un test, lo que deja en evidencia que definitivamente el sistema de testeo está totalmente sobrepasado. No estamos llegando a tiempo.
Y no estamos llegando donde debemos. Los testeos se siguen haciendo “bajo demanda” y, principalmente, en urgencias y consultorios. Aún no salimos a buscar al virus, por lo que básicamente el testeo está sirviendo para encontrar enfermos y darles tratamiento, aunque tardíamente. Pero no permite seguir la evolución del contagio, ni realizar modelos predictivos. De hecho el gobierno no ha presentado públicamente ningún modelo predictivo oficial para seguir el contagio en Chile a 100 días del primer caso confirmado.
Muy temprano, en marzo, el Consejo Asesor Covid-19 instaba a la autoridad a hacer público los modelos predictivos usados. También planteó medidas de restricción fuerte, junto con una estrategia agresiva de testeo y pesquisa de casos sintomáticos. No se hizo caso y el virus se tomó la capital y varias zonas del país. El peligro en el que estamos ahora se debe a que el gobierno insiste en que el virus tiene baja letalidad. Hace algunas semanas advertimos el peligro de confiar en la tasa de letalidad y que se debe enfatizar el testeo en nuestros adultos mayores.
CRISIS HOSPITALARIA
A continuación, compararemos la situación que enfrenta hoy Chile con lo vivido por países que la pasaron muy mal con el COVID-19, como España e Italia, ahora en franca recuperación y superado el colapso hospitalario de una primera ola de contagios.
En la Figura 1 vemos el crecimiento avasallador del contagio en Chile en las últimas semanas (curva negra). Nos hemos acostumbrado a ver comparaciones con otros países en escala logarítmica (algo que puede ser poco familiar para algunas personas) o dividido por la población de cada país. Este gráfico muestra los casos acumulados COVID-19 al 12 de junio en Chile frente a muchos países en valores absolutos. Nuestro país superó en contagiados confirmados a Francia (3,5 veces mayor población), a Holanda y Australia, que tienen una población similar a Chile y parece que va a superar a Alemania, España e Italia en pocos días (tres a cuatro veces la población de Chile). Como no estamos dividiendo por población, observe que en números absolutos el testeo de Alemania, España e Italia ha sido cinco veces mayor que el Chile al 11 de junio. Simplemente el brote está fuera de control en el país. Mientras todos estos países tienen una positividad acumulada menor al 7%, Chile tiene un 20%, y más de un 25% de positividad promedio en junio.
Hace unos días el ministro de salud dijo: “Ya no fuimos el España o Italia de Sudamérica”. Sostenemos lo contrario. Debido a la precariedad de nuestro sistema de salud, a la demanda presente y a la probable demanda futura, enfrentamos una crisis hospitalaria peor que la azotó a esos países.
Desde que se inició la pandemia los países han reforzado sus sistemas de salud, por ejemplo, comprando ventiladores y convirtiendo las camas hospitalarias en camas más complejas. Sin embargo, el refuerzo tiene un límite: el personal de salud no es un commodity que se puede adquirir en el plazo de meses. Sin el personal de salud especializado, o con muchos de ellos enfermos, los ventiladores mecánicos son solo costosos pisapapeles. En los cálculos que presentamos a continuación asumimos que el personal de salud en cada país se relaciona con el número de camas hospitalarias. Por lo tanto usamos las camas hospitalarias como una medida de la capacidad de respuesta sanitaria. Para Chile el valor más reciente es de 2,11 camas de hospital por cada 1.000 habitantes. Es decir unas 40.000 camas.
Según datos de la OECD el sistema hospitalario chileno presenta una ocupación de camas hospitalarias cercano al 80%. Esta ocupación se calcula en base anual y puede ser mayor en los meses de invierno. Por otro lado, el 100% de ocupación es solo un valor teórico que nunca se alcanza, el colapso hospitalario se alcanza antes.
Todos los sistemas de salud se han reforzado de cara la pandemia, pero Chile hoy presenta una presión diaria sobre el sistema muy grande, lo que tiene un efecto acumulativo muy fuerte. Con más de 100 días de emergencia, y con meses por delante, es crítico que la población siga recibiendo tratamiento oportuno para prevenir muertes por otras causas tratables, por lo que no se debe copar el sistema de salud por COVID-19. Más aún, en la actualidad estamos dejando sin tratamiento a miles de personas con otras enfermedades graves como cánceres, infartos entre otros que no pueden acceder por el colapso del sistema hospitalario.
En la figura 2 se ilustra la respuesta hospitalaria que seis países han dado a la pandemia. Para esto definimos el porcentaje de demanda diaria hospitalaria (ver recuadro en figura 2) considerando que en Chile, cerca de un 8,5% de los casos ha necesitado hospitalización. Considerando que las cifras fluctúan diariamente en todos los países, graficamos este porcentaje como promedio móvil de siete días. Estos porcentajes pueden variar, pero en términos relativos, la situación de Chile sigue siendo preocupante.
La figura 2 nos indica que Nueva Zelanda pasó la parte más grave de la emergencia en aproximadamente un mes. A Italia, España y Alemania les tomó dos. Tanto Nueva Zelanda como Alemania no superaron el 0,1% de demanda hospitalaria diaria. Suecia en cambio, no parece haber llegado a un peak, y luego una reducción de casos; más bien está en un “altiplano” con sobresaltos por más de dos meses. Chile tiene una demanda equivalente a más del 1% de su capacidad a diario. Esto es más del doble de lo que tuvo España en sus peores momentos.
Nueva Zelanda (que tiene la mitad de habitantes que Suecia) consiguió, en poco más de un mes de acción decidida y temprana, mitigar el contagio. Su estrategia ha resultado más efectiva que el horror sin fin de Suecia, país que optó por no hacer cuarentenas extensivas y apostó por la “inmunidad de rebaño” (que no ha llegado). Si Chile intentara eso y cinco millones de personas se contagiaran, considerando la letalidad que tenemos hoy (en aumento), tendríamos un mínimo de 50.000 muertos. La inmunidad de rebaño acarrea una mortalidad que carece de sustento ético.
Con su estrategia de cuarentenas dinámicas, Chile lleva tres meses con un crecimiento sostenido de la demanda hospitalaria diaria. Nuestro crecimiento es terrorífico: si comparamos con el peak de cada país Chile ha crecido su exigencia a más del doble que España y el cuádruple de Italia y Suecia.
Italia y España llegaron al 0,1% de demanda hospitalaria diaria luego de dos y tres semanas de superar los 100 casos. En esos días decretaron cuarentenas totales. Chile llegó a esa misma exigencia a mediados de abril. En ese momento teníamos menos de un 20% del país sujeto a “cuarentenas dinámicas” y realizábamos un testeo cada vez más insuficiente. Esto produjo un “aplanamiento” aparente de los casos durante varias semanas de abril. Según el sitio Our world in data, Chile hacía alrededor de 0,15 test/mil habitantes la primera semana de abril y cerca del doble a fines de ese mes. Mientras Italia hacía 0,1 test/mil habitantes (10 de marzo) lo aumentó en cinco veces hacia fines de marzo y con todo el país en cuarentena.
El camino parece claro: testear tanto como sea posible, aislar precozmente, pesquisar pacientes y contactos con tantos encuestadores como sea posible y detener el contagio ahora.
Muchos se preguntan hoy cuándo llegaremos al peak del contagio. Pero eso no parece relevante hoy pues lo que estamos observando depende de la capacidad de testeo. Y como el testeo se ha vuelto insuficiente para un contagio fuera de control, es posible que nos engañemos con nuevas “mesetas” o con un “altiplano”. Suecia, por ejemplo, lleva cerca de dos meses en una “meseta de alto contagio” probablemente por un testeo insuficiente. Es importante entender que el testeo no es alto o bajo respecto a rankings internacionales, lo es respecto a la expansión del contagio. En Chile, con un contagio fuera de control, podríamos decir que el testeo se vuelve “exponencialmente insuficiente” a diario (hace más de dos meses).
Lo relevante es cuándo volveremos a estar en una situación de control. Por ejemplo, España decretó cuarentena total (ver la figura 2) en la semana dos, al pasar el 0,1% en el gráfico y le llevó otras 8-9 semanas bajar del 0,1%. Italia supera el 0,1% en la semana tres, y tras decretar cuarentena total, tuvo un reventón menor que España en términos de demanda hospitalaria: le llevó unas siete semanas bajar del 0,1% diario. España e Italia (Inglaterra también) no lograron mitigar la pandemia con sus estrategias iniciales, por lo que no vieron otra opción más que pasar a un confinamiento radical. Les llevó cerca de dos meses volver a una situación de contagio similar al que tenían al empezar el cierre.
En el escenario actual lo más probable es que las víctimas fatales por día sigan aumentando por varias semanas. Este es un desastre lento de semanas y meses donde el término aún no se visualiza. Las personas que se contagiaron hoy recién serán contadas en unas 3 semanas más. Una parte de los casos confirmados hoy se agravará y terminará en camas UCI en unos siete a 10 días. Las personas que terminan en unidades críticas están, a grandes rasgos, entre dos y cuatro semanas en ellas. Luego deben pasar al menos una semana adicional en recuperación. Por lo tanto, los fallecidos a comienzos de junio, corresponden a personas que se contagiaron a mediados de abril cuando el gobierno promovía la vuelta a la normalidad. Con más de la mitad del país fuera de medidas de contención, es difícil creer que antes de agosto logremos ir liberando los hospitales y reduciendo las cifras de personas fallecidas. Nos gustaría tener primavera.
En la figura 3, y a modo ilustrativo, desplazamos la curva de personas fallecidas por COVID-19 3 semanas atrás. Independiente de cómo se contabilicen, lamentablemente, es razonable esperar un aumento sostenido en el número de personas fallecidas diarias.
La élite política en Chile no ha entendido la gravedad de la situación de emergencia que vivimos. Solo considerando una letalidad entre los casos sintomáticos del 1,5% (recuerde la “baja letalidad” de Chile es un espejismo peligroso) de los cerca de 35.000 casos nuevos de la primera semana de junio, lamentaremos al menos otros 500 fallecidos por semana por varias semanas más.
Pero esta simple proyección queda rápidamente corta al considerar que, aún con toda la confusión de la nueva contabilidad de fallecidos, en los primeros 11 días de junio se reportaron 1.594 personas fallecidas, cerca de la espantosa cifra de 150 personas diarias. Llegar a más de 300 personas fallecidas diarias no parece lejano, ni descabellado (vuelva sobre la figura 3).
Finalmente, cada semana de retraso en medidas efectivas sufrimos más de mil personas fallecidas adicionales a las que teníamos a principios de Abril: dos veces las víctimas que lamentamos el pasado terremoto y tsunami del año 2010, pero cada semana.
El gobierno de Chile va muy lento y ha resistido reiteradas veces de avanzar en la dirección adecuada. Esa lentitud contagia, enferma, mata, empobrece, estimula una crisis social sin precedentes. La evidencia sugiere que un país con “cuarentenas dinámicas” por seis meses, sufre más que un país en cuarentena total como Nueva Zelanda por un poco más de un mes.
JUGAR AL GATO Y EL RATÓN
La información veraz y precisa es imprescindible porque crea realidades y estimula conductas sociales que reducen o aumentan el contagio. Nuestras columnas, como muchos reportes de investigadores independientes de la labor de los organismos oficiales, intentan saltar por encima de la continua confusión en la comunicación que ha caracterizado las vocerías diarias. Muchos expertos, incluidos #Los40delaCarta, han consistentemente perseguido la evidencia y analizado los errores de una estrategia que a la base es esencialmente política.
Deseamos contribuir a romper con la infodemia ya que produce tanta incertidumbre como el no saber cuándo y cómo terminará la pandemia, y tiene un impacto real en el aumento de los contagios. La incertidumbre y confusión respecto a la información necesaria para desarrollar una percepción social del riesgo –apropiada tanto de las personas como de los que toman decisiones– requiere reducirse. Es una herramienta fundamental en la prevención y mitigación del desastre al que estamos enfrentados.
El trauma colectivo es el resultado lógico de las pérdidas humanas y de las consecuencias de las medidas de cuarentena. El escenario del contagio es muy complejo. Sabemos que está impactando a las personas más vulnerables, aquellas que tienen menos recursos y apoyo para cuidarse y cuidar a sus familias. Son además las comunidades que presentan mayor riesgo de enfermar y no tener acceso al cuidado del sistema de salud. Estamos en esta situación después de transitar una serie de malas decisiones. A pesar de ser imposible evitar las muertes de las siguientes dos o más semanas, si podemos prevenir que el contagio escale a tal nivel que, independiente de la tasa de letalidad, los números absolutos de muertos sean aún más altos y extremadamente dolorosos.
Si la pandemia es de un alto riesgo para todos los habitantes de Chile, lo es aún más para grupos vulnerabilizados y aquellos más marginados. No solo las personas hacinadas y empobrecidas por falta de ingresos, también miles de mujeres víctimas de la violencia por sus parejas y otros familiares; o las personas sin documentos para permanecer legalmente en Chile, pero que aportan a la salud de la economía del país. La respuesta a la pandemia, no solo su impacto sanitario, hasta ahora también han intensificado los rasgos xenófobos, racistas y machistas de nuestra sociedad.
Todavía el mensaje no es claro. El énfasis sigue estando en la ampliación de la capacidad hospitalaria y parece implicar que no es tan peligroso contagiarse. Tanto la imposibilidad de tener camas para todos debido al crecimiento exponencial de la demanda debe deconstruirse y es lo que esperamos que sea claro en nuestro trabajo. Es irreal y peligroso considerar a los ventiladores mecánicos como la estrategia fundamental para resolver la pandemia. La mortalidad en el caso de tratamiento con respiradores es, además, altísima, más aún cuando la mayor parte de las personas están hoy conectadas a un ventilador mecánico en “UCIs” improvisadas.
La estrategia de la inmunidad de rebaño continúa permeando las decisiones y creencias acerca de la pandemia tanto en autoridades como la población. Es simplemente peligroso asumir que altos porcentajes de contagio implica resolver la pandemia a través de la inmunización.
Si la tasa de letalidad se mantuviera en el 1% y los contagiados fueran cuatro millones de personas, tendríamos 40.000 fallecidos en un cálculo extremadamente conservador en la cual no se considera el colapso hospitalario. Las “cuarentenas dinámicas” como estrategia para controlar el contagio y asegurar esta inmunidad, deben ser desechada como guía orientadora. Se requieren cuarentenas preventivas y efectivas, asociadas a subsidios directos a los hogares suficientes para que las personas puedan cumplirlas, y una estrategia de testear, aislar casos y trazar contactos masiva que permita frenar la cadena de contagio.
Debemos admitir, con dolor, que el escenario que enfrenta Chile hoy es mucho peor que el de España, Italia o Suecia. Si no enmendamos el rumbo, la post-pandemia se parecerá a las imágenes traumáticas de Talcahuano después del 27F pero a través de todo el país y por un largo período de tiempo.
Fuente: Ciper