Más de dos semanas me ha costado escribir sobre Educación en el contexto de la pandemia del Coronavirus. Las razones para esta dificultad son dos cuestiones íntimamente vinculadas con lo que estamos viviendo. Lo primero es que hay tantos ángulos para mirar la política pública propuesta, que no es fácil escoger. Lo segundo, está dado por el mismo contexto que implica la pandemia, antecedido por la crisis social que vivimos desde el 18 de octubre: no me es sencillo concentrarme en tareas cognitivas por sobre las emocionales y las propias de la sobrevivencia. Desde ambas dificultades, descubrí que el ángulo que me hacía más sentido tomar es el del curriculum educativo y a partir de él espero proponer algunas ideas para la reflexión y el debate colectivo.

Por Jessica Jerez Yáñez *

¿Qué es curriculum educativo? ¿qué implica la mentada cobertura curricular? O más directamente aun ¿Qué se supone que ocurre en la vida estudiantil de una niña, niño o adolescente (NNA) durante los meses que suele durar un año educativo que le permiten avanzar al siguiente? Estas preguntas y otras asociadas a los procesos de aprendizaje no tienen una respuesta unívoca y es que, aunque escuchamos de parte de las autoridades ministeriales reducciones asociadas a contenidos conceptuales, lo real es que detrás de cada una de esas respuestas subyace una perspectiva política, filosófica y epistemológica de lo que consideramos Educación y sus fines.

Ocurre entonces que no solo en este gobierno si no que, en el Chile de al menos los últimos 47 años, el foco de la educación ha estado centrado en productos, medibles y cuantificables: calificaciones que determinan o no pasar de curso, puntajes alcanzados en las pruebas estandarizadas y de selección, escalafones en que se encuentran las y los docentes de acuerdo a sus desempeños. Sin embargo, poco y nada se plantea respecto del tipo de sujeto, ciudadana, vecino o vecina que se busca favorecer por medio de los procesos de aprendizaje sistemáticos que supone un establecimiento educativo. Si bien parte de estas consideraciones se declaran en macrodocumentos tales como las Bases Curriculares, lo concreto es que la materialización de la educación, sus procesos, énfasis y mecanismos se reducen a una lógica de transmisión de contenidos conceptuales -pasar materia- y hoy tienen a cientos de familias chilenas preocupadas por la responsabilidad que les cabría en caso que no logren otorgar a NNA las condiciones materiales necesarias para aprender a sumar con fracciones, determinar el tipo de narrador presente en un cuento, describir las teorías de poblamiento americano, calcular la velocidad de caída de un objeto o distinguir la b  de la p.

Desde una perspectiva crítica que entiende la educación como espacio de transformación, todas esas familias no estarían angustiadas, ya que las políticas públicas hablarían de que estas crisis (la social desatada el 18 de octubre y la sanitaria) representan en sí mismas tremendas oportunidades de aprendizaje, en las que se puede analizar por ejemplo las diferencias de prioridades que determinan gobernantes de un país u otro dependiendo de su concepción del mundo; podríamos aprender mucho sobre nuestras emociones y la falsa presunción de estabilidad que muchas veces nos aprisionó y descubríamos que a ratos sentimos pena y ella la asociamos a una determinada temperatura, a una sensación corporal alojada en un lugar particular y a necesidades físicas específicas, que la hacen muy distinta de la rabia; podríamos observar cómo la entrada del otoño está generando cambios en nuestras plantas o en los árboles cercanos a la vivienda, buscando con esto fortalecer nuestro vínculo y conocimiento respecto de los bienes comunes colectivos; y la lista de ejemplos puede continuar. Para estos ejercicios y muchos otros, no se necesita computador, ni internet; sí se requiere disposición al diálogo, a la duda, al error, a la observación y el análisis.

La pandemia nos ha arrebatado mucho y probablemente lo seguirá haciendo por un tiempo más, tal como el capitalismo y el modelo neoliberal tan instalado en nuestro país, lo han hecho por décadas. Pero lo que no pueden arrebatarnos es la desobediencia y hoy un espacio para eso es revelarse a ser seres productivos, centrados en generar, en llenarnos de falsas necesidades.  Dejemos que los aprendizajes de este periodo provengan de lo cotidiano, de aquello y de quienes nos rodean, de lo que está en nuestro interior; todo eso será vital cuando volvamos a habitar nuestras ciudades.

* Magíster en Educación y Diplomada en Derechos Humanos. Investigaciones y análisis en los ámbitos de la participación, ciudadanía y democracia desde la perspectiva educativa. Universidad del Bío-Bío

Fuente: Resumen

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