Golpeada de muerte con elemento contundente por su pareja, apuñalada por su conviviente, golpeada hasta la muerte por su hijo, asesinada por su conviviente con martillo y taladro, degollada por conviviente, degollada por expareja, calcinada junto a sus hijos por exconviviente, asesinada por un disparo por expareja, traumatismo craneoencefálico después de haber sufrido una violación por un desconocido, baleada por conviviente, asfixiada por su pareja frente a su hija de dos meses. Estos no son ejemplos ilustrativos, son las descripciones de algunos casos de femicidios de este 2020 según el registro público de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia Las Mujeres.
Hablar de femicidio como delito, es decir, como el asesinato de una mujer por quien es o ha sido su cónyuge o conviviente (femicidio intimo) o únicamente por causa de género, resulta una abstracción bastante cómoda y aséptica para referirnos a un crimen de una bestialidad tremenda y una brutalidad aberrante hacia quien ha sido considerado por un tiempo (breve o extenso) como una compañera de vida o hacia quien ha sido escogida como objetivo por quien se asume con poder para ejercer violencia contra una mujer.
El femicidio debe entenderse desde una teoría feminista, como un crimen misógino que refleja, en grado extremo, el sentido de propiedad, dominación y control que ejercen los hombres hacia las mujeres en las sociedades patriarcales.
Según la Ley Nº 21.212 no es necesario que exista o haya existido la condición de cónyuge, conviviente o pololo para que un asesinato sea considerado femicidio, puesto que también ejerce violencia femicida, por ejemplo, el violador que acaba de forzar a una extraña a quien termina asesinando por resistirse a la violación o aquel hombre que asesina a una mujer por su orientación sexual o expresión de género.
En lo que va del 2020 la cifra negra de femicidios anuales sigue aumentando, contándose 34 femicidios y 3 suicidios femicidas al 11 de septiembre, la mayoría de estos en contexto de violencia intrafamiliar. Mujeres en cuarentena, conviviendo con su agresor, generalmente con denuncias previas por violencia intrafamiliar (VIF), pero sin redes de apoyo ni reales políticas públicas que permitan a las victimas salir de sus hogares, perpetuos centros de tortura y muerte.
No fue la hora: Mariela Fuentes Lucero, apuñalada a las 11 a. m. por su marido dentro de automóvil que se encontraba estacionado al interior de un motel. Su femicida fue Roberto Ramírez Maturana.
No fue la edad: Carmen Toro Duran de 68 años, fue violada y golpeada salvajemente por uno o varios desconocidos, quienes la dejaron agónica en el patio de su casa. Fue trasladada a un centro asistencial, pero debido a la gravedad de las lesiones y su avanzada edad, no logró sobrevivir, falleciendo por un traumatismo encefalocraneano. Su femicida fue uno o varios hombres que aún permanecen en impunidad.
No fue el lugar: Yulisa Cerda Aguilera, asesinada por dos disparos a corta distancia mientras se encontraba al interior de su domicilio, una vez baleada por su pareja, quien la agredía constantemente y mantenía varias denuncias por VIF en su contra, este la trasladó a un centro asistencial para luego darse a la fuga. Su femicida fue Ignacio Castillo Montenegro.
No fue la ropa: Leslie Velásquez, apuñalada por un amigo al intervenir y defender a una compañera de un ataque sexual. Solía vender ropa en la feria y según sus amistades era conocida como “Chico Leslie” por su expresión de género distinta a su sexo biológico (vestía ropas “masculinas”). Su femicida y lesbicida fue Iván Poblete Arévalo.
No fue el alcohol: Nataly Escobar Jara, asfixiada poco antes del mediodía por su pareja y en presencia de la hija de ambos, lactante de solo 2 meses de vida. Una vez cometido el asesinato, su victimario dejó el hogar común, abandonando a la bebe junto al cuerpo inerte de su madre. Existían antecedentes de denuncias previas por VIF. Su femicida fue Juan Riascos Mina.
No estaba sola: Kleibell Morales Graterol y Esperanza Graterol Moya apuñaladas en contexto de VIF por su marido y yerno respectivamente mientras se encontraban en el hogar común. El victimario asesinó a su cónyuge. Ante los hechos, la madre de la víctima intervino resultando también asesinada en el lugar. Junto a las víctimas se encontraba el hermano (17) de Kleibell e hijo de Esperanza, único sobreviviente. El asesino posteriormente se suicidó. El femicida de Kleibell y Esperanza fue Joseph Acosta.
Hoy la violencia misógina tiene múltiples expresiones en lo cotidiano, algunas son importantes y se pueden resolver mediante la legislación, puesto que afecta los derechos laborales, educacionales y de participación social.
Sin embargo, existen otras expresiones graves de la violencia misógina, como la violencia intrafamiliar, que requiere un mayor esfuerzo para ser subsanada; políticas públicas efectivas que intervengan oportunamente, aplicación de justicia con perspectiva de género y programas de refugio, apoyo y acompañamiento para las víctimas de VIF en su proceso de reparación e independización del contexto familiar de violencia.
Y por último, la expresión gravísima de violencia misógina que es el femicidio, el cual no se puede resolver de ningún modo ni menos subsanar, pero si se puede prevenir oportunamente, a través de la intervención y cortando el espiral de violencia que une a víctima y victimario, especialmente en contextos de violencia intrafamiliar. Para dar fin a la permanente violencia machista ejercida en el femicidio es necesario repensar y reorganizar la sociedad en su conjunto, puesto que la violencia misógina y el femicidio son la herencia de una sociedad basada en roles jerarquizados y binarios, en la cual la mujer es un medio para los fines del hombre y solo el hombre es un fin en sí mismo.
NO ES UN CASO AISLADO, SE LLAMA PATRIARCADO.