Veo en lo privado madres frustradas, cansadas, culposas, indecisas, sometidas, enrabiadas, estresadas. Veo jefaturas exigentes e intransigentes, veo a muchos empresarios cortos de vista a la crisis, queriendo “aprovechar” el momento para capitalizar mejores recursos o desesperados por salvar el pellejo de sus negocios y perder lo mínimo posible. Veo a mujeres encerradas en su pieza toda la mañana, con audífonos y pantalla de PC, culposas de que sus hijos llevan 3 horas viendo televisión, respondiendo mails, redactando trabajos, entrando y saliendo de reuniones por zoom, y con un respiro al mediodía en que deben correr a la cocina a preparar almuerzo para luego estar disponible para la reunión de la tarde.

Como psiquiatra y terapeuta, principalmente de mujeres y en su mayoría en etapa de crianza temprana, escucho periódicamente acerca de sus dinámicas relacionales y de sus permanentes e infructuosos intentos de lograr la tan anhelada conciliación de roles entre lo familiar y laboral, concepto cada vez más idílico y difícil de aterrizar a nuestra realidad.

Y soy muchas veces impotente testigo de cómo los discursos socio-culturales van permeando los modos de vivir la maternidad y dictando mandatos y exigencias que el sistema patriarcal puede capitalizar tan bien y manejar a su absoluto provecho.

En tiempos donde la fuerza laboral va siendo ejercida cada vez más por la población femenina (aunque aún no lo suficiente), donde muchas veces creemos que el feminismo ha conquistado ya territorios y que se va logrando la visibilidad de la desigualdad de género, lo cierto es que aún queda mucho por hacer y nos seguimos topando con sesgos y discriminaciones en muchos campos, incluida nuestra propia casa.

En estos tiempos de pandemia la valoración de los trabajos, en el ámbito público y en el privado de nuestra cotidianidad, y la co-responsabilidad en la crianza toman un especial relieve y el escenario actual nos está mostrando que aún hace falta una cuarta, quinta y más olas para posicionar a la mujer en equidad de derechos y responsabilidades.

Así como muchos dicen que la situaciones de crisis revelan lo mejor y lo peor de nuestros funcionamientos, así estas semanas de cuarentena y confinamiento en nuestros hogares van poniendo en evidencia las sombras que aún acechan y que no se iluminarán de no construirse sociedades con un efectivo y real enfoque de género.

Al día de hoy, con familias en que padre y madre deben tele-trabajar, con los niños en casa, sin apoyo doméstico ni de abuelos, el escenario dispuesto podría ser una tremenda oportunidad de instalar nuevos guiones, nuevos modos, nuevos acuerdos, de poner a prueba si realmente las luchas por equidad y cooperativismo entre géneros han surtido cierto efecto.

Sin embargo, muy a mi pesar, lo que veo, escucho y siento desde los relatos diarios de mis pacientes y conocidas es que aún la gran mayoría de la carga doméstica y de crianza recae en las mujeres y las exigencias laborales son las mismas para ambos, teniendo la mujer en este momento una triple o cuádruple carga sobre sus hombros y sobre sus mentes.

Veo que si bien podría ilusamente pensarse que la flexibilidad del tele-trabajo beneficia la conciliación, esto resulta un arma de doble filo, ya que la mujer en casa sigue siendo la figura principal en dispensar cuidados y en las labores domésticas, teniendo que desde ahí además rendir productivamente frente a un sistema que espera que lo haga igual o mejor que antes y que envía el doble y confuso mensaje de “cada uno a su tiempo”, traduciéndose finalmente esto en consumir absolutamente el tiempo personal de descanso y reparación necesario para seguir sosteniendo las múltiples demandas de la situación actual.

Las mujeres hemos sido criadas desde el mandato de cumplir con la familia más allá de trabajar, sin quejarse ojalá, con la culpa a flor de piel y la exigencia tan alta como inalcanzable, con lo que la tarea de satisfacer a todos se vuelve insostenible y un peligro para la salud mental.

Veo en lo privado madres frustradas, cansadas, culposas, indecisas, sometidas, enrabiadas, estresadas. Veo jefaturas exigentes e intransigentes, veo a muchos empresarios cortos de vista a la crisis, queriendo “aprovechar” el momento para capitalizar mejores recursos o desesperados por salvar el pellejo de sus negocios y perder lo mínimo posible. Veo a mujeres encerradas en su pieza toda la mañana, con audífonos y pantalla de PC, culposas de que sus hijos llevan 3 horas viendo televisión, respondiendo mails, redactando trabajos, entrando y saliendo de reuniones por zoom, y con un respiro al mediodía en que deben correr a la cocina a preparar almuerzo para luego estar disponible para la reunión de la tardeSi tienen suerte encuentran que la ropa y la loza está lavada o ya alguien dispuso qué almorzar. Ni hablar de los deberes escolares o el aseo. Las veo trabajando hasta la madrugada porque en el día no fue posible. Veo a muchos hombres haciendo múltiples tareas y haciéndose cargo, sería injusto no reconocerlo. Pero aún en el ideario colectivo la mayor carga está puesta en la mujer y ahora con ella trabajando desde la casa veo que su tiempo laboral cuenta con menos prestigio y protecciones que el tiempo laboral masculino, la “hora hombre” sigue siendo considerada más valiosa que la “hora mujer”. Veo pocos espacios empáticos disponibles para hablar de esto desde la realidad genuina de cada una de ellas. Veo brechas que se mantienen y temo por las consecuencias en su salud emocional.

En un país donde la última Encuesta Nacional de Salud reveló una prevalencia de Depresión casi 5 veces más alta en la mujer que en el hombre  (10,1% vs 2,1%), no podemos sino preguntarnos cuánto de esto está condicionado por la carga social y cultural puesta sobre el género femenino y por la falta de un modelo social, legal y de salud que permita un desarrollo integral y sano de la mujer, más aún de la mujer madre.

Circulan diversas ilustraciones en estos días aludiendo a la mamá héroe, la tramposa imagen venerada de la mujer pulpo, la supermujer, y veo cómo estos mensajes en lo subliminal siguen validando, promoviendo y perpetuando estereotipos de género dañinos.

Me preocupa que el incremento de participación laboral no va vinculado a una ética de cuidados y que sólo aumentan las obligaciones y deberes para las mujeres, pero seguimos siendo sujetos de menos derechos, más autónomas quizá algunas desde cierta independencia económica, pero aún violentadas y desprotegidas. Y no estoy queriendo hablar de la violencia de género que se ha disparado por estos días, porque eso da para un análisis distinto y más profundo, sino me refiero a esa violencia subterránea, maquillada, imperceptible que se da “hasta en las mejores familias” en el puertas adentro.

Hoy más que nunca podemos ver y temer por la gran tensión a la que se encuentran sometidas las mujeres trabajadoras de nuestro país. Aún podemos ver que el machismo casero, en sus formas macro, pero casi más peligrosa e invisiblemente micro toma los hogares e invade las familias, como un virus que pierde trazabilidad.

El momento en que nos encontramos es excepcional, los niños están sin clases, pero es tanto lo que podrían aprender. Es la oportunidad de transmitir a nuestros hijos la paridad en lo doméstico, el respeto por los tiempos de cada uno y la valoración de los trabajos tanto dentro como fuera del hogar.

Hoy y como siempre el género se sitúa como un determinante social de salud de las mujeres y como sociedad no podemos quedarnos ciegos y pasivos frente a esto.

Ojalá en esta cuarentena no sólo nos protejamos del famoso coronado virus, sino también de otros agentes tóxicos que amenazan con incubar enfermedad social. Ojalá podamos emplear parte del tiempo en casa no para estudiar o producir más, sino para producir mejor, en más equilibrio y cuidado mutuo y podamos aprovechar esta crisis como una posibilidad de reflexión y de generar aquellos cambios sociales, en lo público y en lo privado que serán necesarios si queremos vivir bien, más allá de vivir más.

Fuente: El Desconcierto

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