No es que no quieras creer. Te gustaría, pero la performance consiste en que las palabras no calcen con los hechos, en decir algo y después decir su cosa contraria, en poner una norma y violarla uno mismo, en cambiar las cifras, en decirte que salgas pero que mejor #quédateencasa.

En las orillas de los meses arrastrados, cuando caen los muertos como moscas, ya no se trata del sentido (me acuerdo de la consigna del estallido “Hasta que valga la pena vivir”). Parece que ahora se trata de la sobrevivencia misma. Ya nos dimos cuenta de que nada se le puede pedir a un gobierno que ha demostrado performáticamente su indolencia. Desde la selfie en Plaza de la Dignidad, hasta el show del funeral, pasando por la repartija de las cajas (en las que no había caviar ni jabalí, sino fideos y fideos) el personaje que preside al país ha demostrado que los códigos que rigen para los chilenos son un invento que ni él mismo se cree.

He pensado a Piñera como un artista de la performance. Experto en rasgar los símbolos. ¿Un artífice? Un inventor de realidades paralelas. De ahí su capacidad de olvidar. Pero ahora, y más allá de sus planes, los códigos de la ficción se disolvieron y nos estamos viendo, inevitablemente, en una hiperrealidad (asunto de vida o muerte). Hiperrealidad que su siniestro realismo mágico se apura en transformar en un relato más ficticio que la ficción. Quiebre de la representación: shock cognitivo que todo el pueblo padece.

Piñera, con sus performances grabadas y difundidas públicamente (alguien recordó que Hitler era un artista frustrado), transgrede los límites de la realidad generando un estado de ficción hiperreal, que nos arrastra al espanto, a una distancia abismal.

La escena del funeral lo muestra convulsionando. La cabeza se le escapa en tiritones incontrolables. El brazo, el hombro, le saltan. No aguanta no ver la cara del muerto. Le dicen que no, que no se puede. Finalmente sí: él puede transgredir la norma. Abren el ataúd para que pueda darse el gusto. Dicen que el muerto quedó bonito. Lo vistieron y lo dejaron lindo. El presidente cumple su capricho de mirarlo (él no sabe de frustraciones). Todo queda grabado y circula profusamente en las redes sociales.

La escena del reverso (el lado B de la norma presidencial) la actúa el propio presidente. ¿Performance carnavalesca? Aquí los buenos son malos y los malos son buenos. Mientras los seres queridos de ya 9 mil muertos por Covid no pudieron acercarse al cuerpo, trasladado herméticamente hasta la tumba, el presidente (¿Presidente lleva mayúscula?) se despide así de su tío. Y ahí se sostiene su máscara, con mascarilla, de autoridad.

El presidente (que no es con mayúscula) pronuncia un discurso limítrofe. Dice que su tío Bernardino murió de Covid, dice que era un buen padre, y que falleció en el Día del Padre. Pasa lista a todos los clichés que lleva anotados. Cliché 1, 2 y 3. Habla de las felices coincidencias que pelean contra el “enemigo invisible”. La cuestión se complica. Y al otro día dice que no, que no fue de coronavirus, que lo que escuchaste no es. Y el Día del Padre ya pasó. Ojalá nos olvidemos rápido de este lapsus. Pero no: lamentablemente las redes multiplican la escena y le ganan en velocidad al virus.

Día del Padre: retengo. Ese día un amigo publicó en su muro de Facebook que felicitaba a los buenos padres, a los responsables, a los atinados. Pero que al resto –los pasteles, los irresponsables, los abusadores, los mentirosos– no los felicitaba. Otro amigo publicó: “Lo importante es sorprenderlo. ¿Qué tal si lo sorprendes con una demanda alimenticia?”. Buena idea.

A la deriva, viendo cómo la realidad se convierte en una grieta, cuando no puedes creer en las palabras, ni en las leyes, ni en las cifras, ni en las personas. Y no es que no quieras creer, te gustaría, pero la performance consiste en que las palabras no calcen con los hechos, en decir algo y decir su cosa contraria, en poner una norma y violarla uno mismo, en cambiar las cifras, en decirte que salgas pero que mejor #quédateencasa.

Me gustaría ser “experta” –tan de moda los expertos– para interpretar, escudriñar lo que puede estar sucediendo en nuestras cabezas que, por más empeño que le pongamos, se enloquecen. Y no es sólo por la incertidumbre que provoca el virus (invisible, mutante, letal), sino también por los mensajes contradictorios que recibimos a diario. Se me ocurre algo como esquizofrenia. Como si escucháramos voces que nos advierten: “Eso que ves no es lo que ves, eso que escuchas no es lo que escuchas, eso que te informo no es la información. Capaz que seas tú el culpable, capaz que hayas entendido mal, capaz que te estés imaginando cosas raras. No es mi problema, el problema eres tú. Por egoísta e irresponsable te pasa. Porque no cumples con las normas que te impongo, pero que yo mismo vulnero. No me creas”.

Fuente: El Desconcierto

Compartir: