Ni el Ministerio de Salud, ni las autoridades locales correspondientes han querido decretar cuarentena total en la provincia del Loa ni declarar el cierre del aeropuerto de Calama. Tampoco han impedido los viajes en bus a la zona. No han hecho nada para paralizar paulatinamente la división de Codelco, distrito norte, e instalar un hospital modular junto con poder reforzar el personal de salud.

Políticos como el senador PPD Girardi se contentan con afirmar que “la estrategia sanitaria para la Región de Antofagasta fracasó totalmente y de manera particular en Calama donde están teniendo cifras de contagio inmanejable si no se toman medidas urgentes”. Cómo si el descalabro no hubiera sido la crónica misma de un desastre anunciado …

Pues afirman que la región tiene, sumando los casos posibles, cerca de tres mil contagiados activos que tendrían que estar confinados en residencias sanitarias y no en sus casas. Sólo 250 personas están en esas condiciones y el resto, más del 90%, no tiene las condiciones precautorias sanitarias adecuadas. Así se va a seguir propagando el virus. Una zona en desamparo y a la merced de los imperativos de la industria del cobre.

Es la cruda verdad. Por razones económicas y de productividad los mandamases de la industria del Cobre no han querido detener la actividad. Contraviniendo así una especie de consenso de los gobiernos de la OCDE en el sentido de no poner en riesgo la salud de los trabajadores y no sacrificarlos ante los imperativos de la producción del mineral. No lo dicen, pero después ya verán como los harán pagar la crisis. El capitalismo existe a condición de recrear las condiciones de reproducción del capital y de sus utilidades y de apropiarse del valor generado por el trabajo humano.

El mismo senador Girardi, botón de muestra de una casta política parlamentaria acostumbrada a pensar en términos de acuerdos consensuados con el gobierno autoritario de Piñera y de la ultraderecha neoliberal declaró: “La gran mayoría de los contagiados son accidentes laborales porque se infectaron en su lugar de trabajo o en el trayecto. Aquí hay un notable abandono de la responsabilidad de las mutuales y hay que analizar acciones legales de ellas por su falta de compromiso”. Pero viniendo de quien viene, son discursos de circunstancia.

El dirigente Duncan Araya, otra clara demostración de la impotencia – esta vez en la que se encuentra la clase trabajadora cuyo trabajo produce la riqueza – afirmó que “Codelco no cuida ni la vida ni la salud de los trabajadores. No hay jornadas especiales. No toman en cuenta opiniones de expertos; debatir la extensión de las jornadas es tema de expertos y ellos dicen que debieran ser 14 x 14 hay política corporativa para la fijación de las jornadas. Los ingenieros toman decisiones de salud y eso no puede ser”.

¿Terrible no?

Sí, de acuerdo, “no puede ser”, pero es. ¿Por qué será entonces? Otra respuesta simple: por la incapacidad de la actual dirigencia sindical de defender cabalmente los intereses de una clase trabajadora dividida, que no corta ni pincha en términos de poder y relaciones de fuerza social (pudiendo ser un factor de peso en el juego político), a lo que se suma un poder legislativo que en el orden constitucional y presidencial actual es un ornamento liberal, y nada más. 

Mientras que la casta política y poderes institucionales teatralizan, los sectores populares y trabajadores deben dar una refriega cotidiana contra la falta de protección sanitaria ante el virus.

Es así que se revela como un espectáculo patético la guerrilla constitucional estéril que la casta política libra con el Gobierno de Piñera en el marco de la Constitución del 80, fetichizada por la crema constitucionalista que se expresa en El Mercurio, Copesa y el dispositivo mediático hegemónico que veneran la Carta Magna pinochetista como un objeto sagrado. Mientras que el pueblo debe costearse no sólo los remedios sino que la estadía en los hospitales … y esto en plena pandemia global. No sólo crisis sanitaria económica y política, sino que también profunda crisis moral del conjunto de la elite dominante y de sus adláteres.

Lo que viene …

Bien sabemos que la oligarquía dominante, su Gobierno y organismo patronales aprovecharán la crisis económica para provocar a como sea ajustes mayores del neoliberalismo y descargar el peso de su crisis sobre el conjunto de las clases asalariadas. Es evidente que si sacaron plata para pagar bonos, cajas con alimentos y otros programas sociales ad hoc lo hicieron forzados por las circunstancias y con el espectro del 18/O en sus febriles imaginaciones. Sabemos que buscarán relanzar su “crecimiento” a costa del medio ambiente e hipotecarán el futuro ecológico del país. Es la búsqueda obstinada de las más altas tasas de ganancia la que determina la existencia de los grandes grupos económicos y no el bienestar del pueblo. Y si la especulación en los mercados financieros paga más, ahí ponen la plata. La “creación de empleo” es la última de sus preocupaciones.  

Porque esta pandemia ha actuado como un revelador tanto de modelos económicos basados en la apropiación del trabajo asalariado bajo la forma de las AFP, de un sistema de salud ignominioso con Isapres que acumulan cuantiosas ganancias y clínicas privadas para los que pueden pagar por un lado, y hospitales públicos con personal mal pagado y sin insumos por otro. Sistema de salud ineficiente y desigualitario que ha sido mantenido por todos los gobiernos concertacionistas y de la Nueva Mayoría. Tan responsables como el de la oligarquía empresarial actual de la situación de desamparo del pueblo.

El efecto de revelación debería conducir a una conciencia como ésta: “mañana tendremos que aprender desde este momento que estamos pasando, cuestionar el modelo de crecimiento en el que nuestro mundo se ha involucrado durante décadas y que revela sus fallas a plena luz del día, cuestionando las debilidades de las llamadas democracias representativas”.

 Lo que revela esta pandemia, aparte de que los servicios esenciales son mantenidos por una fuerza de trabajo mal pagada y desprotegida que sí es esencial (trabajador@s de hospitales, supermercados, procesadoras de alimentos y carnes, telecomunicaciones, transportes, etc) es que hay bienes y servicios esenciales que deben colocarse fuera de las leyes del mercado. Y de actividades industriales y de servicios que deben nacionalizarse.

También cierta idea de la globalización debe terminar. Ponerle término a un capitalismo financiero que había impuesto su lógica a toda la economía y había contribuido a pervertirla. La idea de la omnipotencia del mercado que no debería ser frustrada por ninguna regla, por ninguna intervención política, era una idea muy loca que sin embargo cundió. La idea de que los mercados siempre tienen razón era una idea más que loca. Pero el establishment político chileno sigue aferrado a su mito.

El gobierno de derecha ha actuado con absoluta irresponsabilidad e incompetencia sanitaria, manipulando cifras y con payasos como ministros del ramo. Pero además ha gestionado la crisis evitando cuidadosamente cualquier forma de control democrático; para qué hablar de parlamentarios bajo tutela de la Constitución del 80 y del Tribunal Constitucional que garantizan el poder de la oligarquía. Se ha preferido la infantilización de los ciudadanos, junto con una represión latente caracterizada desde la Rebelión del 18/O como propia de un neoliberalismo autoritario.

Pero las aspiraciones de cambio también podrían desconfinarse. Es lo que temen este gobierno y la casta política acostumbrada a encaramarse en la ola de la protesta social del pueblo para construir acuerdos institucionales sin consultarlo. Es el modus operandi de nuevas coaliciones que como el Frente Amplio en Chile se integran rápidamente a las formas institucionales de estabilidad de los sistemas de dominación. Es en este deseo e impulso histórico de recuperar el control de su futuro, inaugurado el 18/O, e interrumpido por la pandemia viral, que reside la posibilidad de ver un nuevo bloque social capaz de imponer transformaciones radicales.

Fuente: Rebelión

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