Hace un año, el 8 de abril de 2020, José Manuel Silva, Director de inversiones de Larrain Vial Asset Management, declaraba la necesidad del sacrificio de miles de trabajadores para mantener el sistema andando. Cuestionó incluso la capacidad de los gobiernos “democráticos” para paliar grandes crisis, viéndose, entrelíneas, aquella añoranza inmanente de los poderosos al fuego del fusil. Muchas lecturas se podrían emanar de estas nefastas declaraciones, pero el tiempo pasó y los muertos comenzaron a llenar los hospitales. Cómo un pútrido agorero, Silva discurrió sobre la guadaña prodigiosa que punza los pulmones de los pobres de la nación, manteniendo intacto el margen de acumulación.
Polanyi nos guía con una meridiana interpretación acerca de la genocida mentalidad de élite. En aquella frialdad criminal de Silva, Piñera y Cia. se vislumbran las limitaciones del sistema impuesto por ellos, una sociedad netamente de mercado, donde lo económico custodia todas las áreas sociales. En nuestro Chile guzmaniano, las actividades humanas diarias han sido organizadas puramente para el beneficio; he ahí la escala de valores de la hegemonía, que transformó a la sociedad, incluso en sus aspectos esenciales, en un factor clave para alcanzar el amado lucro mientras nos gritan encolerizados “¡el trabajo os hará libres!”. Qué importa el hambre y la enfermedad, como bestias al precipicio nos llevan en aras del capital.
¿Cómo es que se mantiene incólume este régimen lleno de fracasos? ¿Acaso no sirven las punzantes críticas de Matamala, el ejemplo liberal, o el incisivo cuestionamiento de sus colegas en los programas de televisión y la prensa en general?
Siendo los individuos elementos para el sacrificio, reducidos a lo mínimo de su naturaleza fisiológica, la flor y nata del país ha perdido su alma como ha perdido la capacidad de relativizar la ganancia económica, con lo que toda propuesta política para enfrentar la pandemia —o cualquier otra catástrofe— se reduce a la incapacidad. El conjunto de medidas para paliar el desastre derivadas desde la cúpula de poder terminará en fracaso, pues las ficciones liberales de la élite sólo alcanzan para lo contingente y transitorio, lejano de enfoques realistas: la tasa de ganancia.
A todas luces en Chile rige una Hegemonía de la Psicopatía, en donde el sentido común de quienes dirigen el régimen apunta exclusivamente a la mantención de la sacro santa Tasa de Ganancia, ante la cual no tiemblan en sacrificar a más de 30 mil vidas entre respiradores y suero. Tenemos un Estado que no tarda en recurrir a los más bajos actos de represión, vigilancia y encarcelamiento a la disidencia, pero que es incapaz de ejercer el mismo vigor del Leviatán para garantizar la integridad inmunológica de los chilenos.
La reducción, económica y política, de este Estado a la mera reproducción funcional de las tecnologías liberales y consensos democráticos apunta a la naturaleza criminal de su soberanía, donde el gobierno se descompone en gobernanza, colapsando la distinción entre el Estado público y la sociedad civil, resultando en una privatización del Estado (véase el rol que ha cumplido Juan Sutil durante la pandemia), en que se genera dualidad entre “ley” y “crimen”, donde el soberano actúa como criminal y el criminal como soberano, y emerge lo “irracional” o la cooptación invisible (y no tan invisible) del interés público por el sector privado (el ejemplificador caso de Espacio Riesco) ¿Cómo dudar de la Soberanía Criminal que rige a Chile si el poder ejecutivo lo preside un criminal?
El manejo de la pandemia, al ser determinado por la mantención de la tasa de ganancia, ha confirmado la total inoperancia de la razón neoliberal, pero ¿Cómo es que se mantiene incólume este régimen lleno de fracasos? ¿Acaso no sirven las punzantes críticas de Matamala, el ejemplo liberal, o el incisivo cuestionamiento de sus colegas en los programas de televisión y la prensa en general?
De la perturbación del status quo, del mercado de sacrificio, depende nuestro futuro sobre el planeta; ya no es solamente por dignidad, es sobre todo por supervivencia.
Así como la razón económica y la predominancia del sistema de mercado se aferra demencialmente a la tasa de ganancia, los medios en esta sociedad del espectáculo —con Piñericosas e ignorancia conveniente— se ciñen a la inmediatez, lo que es el colapso de nuestras nociones de pasado y futuro. La espectacularización de los medios cumple una función servil al régimen criminal chileno, en tanto desarticula el saber histórico de los pueblos, y sume a la población en un interminable discurso de lo efímero, quitándole sus armas críticas mientras el régimen se saca de encima la responsabilidad de responder por sus actos. Ante esto, se tacha de impertinente la noción de cambio social y se trivializa la crítica. He ahí, finalmente, un ministro de salud que no quiere responsabilidades sobre los miles de muertos que yacen sobre un pabellón patrio que los abandonó.
He ahí un Chile que cae enfermo a manos del liberalismo salvaje, a menos que el predominio del factor de lucro y acumulación, aquello que exige las alteraciones vitales de la sociedad, sea relocalizado de las áreas sociales y expurgado de los asuntos puramente humanos. Los valores del mercado y los mercanchifles, no son los únicos que pueden regir la enormidad de los conceptos de libertad y progreso. De la perturbación del status quo, del mercado de sacrificio, depende nuestro futuro sobre el planeta; ya no es solamente por dignidad, es sobre todo por supervivencia.