Lo ocurrido con el veto presidencial a la Ley de Ingreso Familiar de Emergencia es para el Gobierno y Chile como «ganar perdiendo». Lo sostuvimos en una carta abierta un grupo de organizaciones de la sociedad civil y esperábamos una posibilidad de diálogo y acuerdos, tan urgentes como la ayuda que se requiere. Los llamados a la unidad implican desvivirse por alcanzarla. ¿Cómo les explicaremos a personas y familias que viven en exclusión y pobreza, y son vecinos, que unas sí recibirán este ingreso y otras no?, ¿cómo resolveremos la ansiedad por la incertidumbre laboral del invierno y la pandemia, si los ingresos serán decrecientes?, ¿cómo les hacemos entender a miles de colectiveros, feriantes y otras tantas personas y familias que no tendrán acceso a este ingreso de emergencia y que hoy se encuentran sin recursos? La pauperización avanza y tenemos más instrumentos que en el pasado para enfrentarla, hagámoslo con arrojo, si no, dejaremos espacios a la barbarie.
Por experiencia personal, todas aquellas veces en que he actuado con soberbia, las cosas han salido mal, he dañado la dignidad de personas, afectado a instituciones y mi razón se ha obnubilado, debilitando con ello una argumentación lógica que pudiese sostener una discusión equilibrada y que concluyera en un acuerdo y decisión justa. La falta de humildad es una mala consejera, por algo Confucio afirmó que es «el sólido fundamento de todas las virtudes».
En la familia, el trabajo, así como en el barrio y en la vida social en general, el respeto a los demás implica humildad, es decir, tener conciencia de nuestras cualidades, limitaciones, virtudes y defectos, y reconocer la igual dignidad de toda persona. En especial cuando se tienen mayores responsabilidades, más personas dependen de las decisiones de uno, o cuando el impacto de una intervención afectará la existencia de personas, familias y comunidades, es más necesario escuchar para respetar, contemplar la realidad antes de juzgar, y comprender que la inspiración de esas decisiones deben ser el amor y la justicia.
Se dice de la humildad que «es un valor fundamental para convivir armoniosamente en la sociedad». Si es efectivamente así, ¿por qué no la formamos y practicamos con mayor frecuencia? ¿por qué nos cuesta tanto vivirla en nuestro hogar y barrio?, ¿por qué no es considerada como una característica ‘deseable’ para seleccionar a quien liderará alguna empresa, organización o gobierno? Al humilde no se le admira, sí se valora al agresivo y ‘pillo’; al modesto se lo ve como débil e incapaz de llevar grandes tareas adelante; al que tiene paciencia y moderación se lo ve como un gestor que no es para este tiempo de competencia y éxito; al sencillo se lo asocia a ignorante y muchas veces al fracaso. En la sociedad actual «nos va bien si tenemos bienes materiales» (consumimos) y no si vivimos virtudes como la «moderación (prudencia) y la justicia», o si nuestra existencia es «sencilla y honesta».
En democracia, quien gobierna es elegido por sus promesas y poder de convencimiento, quienes lo votan confían en lo que esa persona (con quienes lo rodean) logrará. Las campañas exacerban las descalificaciones, las «trampas», y despiertan en muchas candidatas y muchos candidatos una agresividad llena de arrogancia, hay quienes se sienten superiores y mejores que otros y otras y, para demostrarlo, humillan a sus rivales, buscan destruir su dignidad indagando en su vida privada para denostarlo y provocar escándalo ciudadano (siempre con una cuota de hipocresía). Pero al llegar a gobernar se supone que eso termina, los que asumen el poder lo deberán ejercer para todas y todos quienes habitan la nación.
Hacer la ficción de dialogar sin acordar ni transar es una falta de humildad que hipoteca la confianza y la posibilidad de enfrentar juntos los difíciles momentos que vivimos. Gobernar con humildad podría cambiar el curso de la humanidad y de nuestro país, es un nuevo aire, un «ventilador no mecánico» que nos permitiría salir «mejor parados» de esta y de las próximas crisis que viviremos, permitiría sociedades más igualitarias, disminuiría los conflictos bélicos y ahuyentaría al narcisismo que nos acecha con violencia, destruyendo personas, comunidades e instituciones. Un mundo que ha privilegiado en las últimas décadas un modelo de desarrollo basado en la competencia y el egoísmo, exacerbando ese narcisismo y materialismo, fundado en un pueril orgullo personal y nacionalista, requiere con urgencia lograr un mejor equilibrio entre lo individual y colectivo. La humildad lo permitirá.
Lo ocurrido con el veto presidencial a la Ley de Ingreso Familiar de Emergencia es para el Gobierno y Chile como «ganar perdiendo». Lo sostuvimos en una carta abierta un grupo de organizaciones de la sociedad civil y esperábamos una posibilidad de diálogo y acuerdos, tan urgentes como la ayuda que se requiere. Los llamados a la unidad implican desvivirse por alcanzarla. ¿Cómo les explicaremos a personas y familias que viven en exclusión y pobreza, y son vecinos, que unas sí recibirán este ingreso y otras no?, ¿cómo resolveremos la ansiedad por la incertidumbre laboral del invierno y la pandemia, si los ingresos serán decrecientes?, ¿cómo les hacemos entender a miles de colectiveros, feriantes y otras tantas personas y familias que no tendrán acceso a este ingreso de emergencia y que hoy se encuentran sin recursos? La pauperización avanza y tenemos más instrumentos que en el pasado para enfrentarla, hagámoslo con arrojo, si no, dejaremos espacios a la barbarie.
Tuve la oportunidad, junto a un gran amigo, de ver la película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra, y en estos días hemos recordado la sentencia de Unamuno: «Vencer no es convencer». El veto huele más a una derrota, un disparo a los pies a la unidad tan solicitada, un fracaso de los acuerdos tan ambicionados. No es este el camino que esperamos del mundo político, estamos frente a una catástrofe que vulnera la dignidad de millones de personas, donde en muchos lugares el Estado ausente da espacios al poder de las bandas delictuales y del narcotráfico. La pobreza nos acecha con fuerza y deteriora la existencia en diversos barrios del país, solo juntos es posible enfrentar estos difíciles tiempos.
Rabindranath Tagore nos enseñó hace ya muchísimo tiempo que “cuanto más grande somos en humildad, tanto más cerca estamos de la grandeza”. Hoy, lamentamos la ausencia de esa grandeza por los millones de personas que en medio de la inseguridad y con mucho miedo se sienten solas, abandonadas y discriminadas. Aún hay tiempo para enmendar el rumbo.
Fuente: El Mostrador