Durante los 100 días de huelga de hambre que han llevado adelante 27 presos mapuche de Temuco, Lebu y Angol, una fuerte red de apoyo se ha preocupado de visibilizar y difundir tanto su estado de salud y espiritual, como sus respuestas ante las conversaciones que han mantenido con autoridades de gobierno. Estas redes de apoyo han sido lideradas principalmente por mujeres, tanto en sus vocerías como en las convocatorias a manifestaciones. Las consecuencias han quedado a la vista con las detenciones reiteradas en las últimas semanas y lo que ha generado mayor preocupación, es la violencia hacia las autoridades ancestrales, machis y loncos, por el rol espiritual que cumplen. Uno de ellos fue baleado directamente al rostro hace algunos días. Aquí comparten esos relatos.
Lunes 3 de agosto
La convocatoria en apoyo a los presos mapuche en huelga fue en el puente de acceso a la comuna de Lumaco, donde acudieron más de 40 personas, entre ellos, niños y adolescentes.
Como lo han pedido los huelguistas desde hace 100 días, el llamado al gobierno es a la aplicación del Convenio 169 de la OIT para cumplir sus privaciones de libertad fuera de la cárcel atendiendo a su condición cultural. Han insistido en que no se trata de darles beneficios, sino de que se cumpla la normativa internacional suscrita por Chile.
Esa mañana, al poco rato de comenzar con la manifestación, llegaron carros blindados de Fuerzas Especiales y rodearon el acceso al puente. Rafael Pichun, uno de los manifestantes que estuvo presente, vio que comenzaron a disparar a cierta distancia, pero que se fueron acercando y terminó siendo a quemarropa.
El lonko Juan Nahuelpi Chehuan del Lov Liukura se puso en “primera línea” para defender a los suyos y recibió perdigones directo en el rostro; tres seguidos por la zona del mentón, en el cuello y en las piernas. Fueron diez en total. Le tomaron fotos antes de ser llevado a la urgencia. En ellas se ve su piel abierta por los orificios que dejaron los perdigones y un pañuelo que sostiene en una de sus manos para contener el gran flujo de sangre.
Una ambulancia iba saliendo de Lumaco y, entre gritos de auxilio, la gente que estaba con él le pidió que lo trasladaran hasta el cesfam. Su estado, sin embargo, requería de una serie de exámenes que identificarían qué tan profundos habían sido los impactos y si es que involucraban algún órgano vital. El lonko lleva una semana hospitalizado y hasta ahora ninguno de los exámenes ha salido negativo. Ha estado con curaciones y descanso total.
Para él, apoyar las demandas no es algo personal. Asegura que es su deber como autoridad de su comunidad. “Uno tiene que estar con su pueblo”, dice al teléfono desde el hospital. El impacto no solo ha sido para él, sino que para su comunidad que, asegura, ha estado consternada. Aun así, su familia está bien de ánimo ahora que está fuera de riesgo. Por lo pronto, espera darle a su hija el poder legal para querellarse en contra de los funcionarios policiales. “Es violencia, como siempre lo ha hecho el Estado”, acota.
Juan Nahuelpi recibió impactos directo a su cara aún cuando después del estallido de octubre, que dejó a más de 400 víctimas de traumas oculares, el gobierno y Carabineros comprometieron el cumplimiento del protocolo que establece tomar la distancia suficiente para que el uso de las armas antidisturbios no genere estas graves consecuencias. De hecho, el 17 de julio pasado se actualizó esta normativa donde se reiteró este aspecto. Algo que, en este caso, estuvo lejos de cumplirse. El lonko podría haber engrosado esta lista de víctimas cegadas por la institución uniformada.
Carabineros fue consultado por El Desconcierto, a través de su unidad de comunicaciones, sobre la situación: si estaban al tanto de esta transgresión al protocolo, si tomarían alguna acción y si tenían identificado al funcionario que disparó. Sin embargo, no respondieron a ninguna de las preguntas. Hasta ahora, la única autoridad política que se ha manifestado condenando los hechos ha sido el alcalde de Lumaco, Manuel Painiqueo. “Era una manifestación pacífica (…) Les dispararon a quemarropa, a algunos dirigentes a su rostro y extremidades”, dijo en un video que se viralizó durante ese día.
Martes 4 de agosto
La última vez que la werken, vocera, Ana Llao recuerda haber sido detenida, fue en tiempos de dictadura. Fue muchas veces arrestada, incomunicada; incluso, estuvo a punto de ser relegada.
“Conozco las cárceles y, desde ese conocimiento, como siempre me he sumado a la causa mapuche en todo sentido. Tampoco creía que nunca más lo iban a volver a hacer. Se corre siempre ese riesgo”, comenta hoy.
El martes de la semana pasada revivió esos episodios cuando fue detenida junto a su hijo, Wenulef Millao, mientras se manifestaban en Temuco. En las grabaciones difundidas se ve el momento exacto cuando estaba tocando su kultrun en una calle del centro de la ciudad, al lado de su hijo, y en pocos minutos, la tomaron y empujaron hasta el carro policial. Junto a ella, fueron 11 personas detenidas. “Veía por todos lados a carabineros encima, fueron unos cinco a seis que trataron, por así decirlo, de reducirme (…) Yo sentí los golpes en la espalda, por la cadera, por las piernas”, cuenta.
Estuvo detenida en el cuartel desde el mediodía hasta pasadas las 20:00 horas. “Quisimos hacer una manifestación pacífica. La única arma que llevábamos era el wüño, el bastón de la chueca que llevaban los hombres, sus trutrukas, sus pifilcas, y las mujeres llevábamos el kultrun, las cascahuillas, todos nuestros implementos mapuche”, describe del momento previo.
Una vez adentro les informaron que habían sido acusados de violencia y desórdenes públicos. Ese, sin embargo, no fue motivo para dejar de manifestarse. “Cuando me estaban llevando se me cayó el kultrun y rodó lejos. Después lo recuperé. Dije que era parte mío. Creo que los mapuche tenemos nuestra identidad que no solamente es el territorio, sino que la cultura como tal. Pero también tenemos una fuerza espiritual y nos encomendamos hacia ella: hacia el agua, el mar, las montañas”, explica.
Jessica Cayupi es vocera de la Red de Mujeres Mapuche y dice que, tanto en la ciudad como en las comunidades, las organizaciones básicas para las manifestaciones nacen desde las mujeres. “Imagínate en el caso de los 27 huelguistas, quiénes tienen que asumir la convocatoria de actividades, lo va asumiendo su familia más directa, sus parejas, sus hijos e hijas. Esa resistencia es la que se invisibiliza también en los medios de comunicación. Para que esto sea posible tienen que estar como pilares fundamentales las mujeres”, comenta.
Desde su mirada, la reacción que se ha generado en el territorio tiene relación con la visita del ministro del Interior, Víctor Pérez. “De una u otra manera está azuzando a los civiles que tienen estigmatizado al pueblo mapuche como violentistas y terroristas. Lo podemos ver en las municipalidades que estaban tomadas”, afirma. A lo que complementa Ana LLao: “En este país, en que pensábamos que no existía el fascismo, pero hoy podemos decir que, en pleno siglo XXI, eso no es así”.
Jueves 6 de agosto
“¡Se están llevando a la machi! ¡Suelten a la machi!”, fueron los gritos desesperados de los que presenciaban y trataban de evitar que un grupo de carabineros de Fuerzas Especiales detuvieran a la machi Miriam Mariñan del lov Ranquilhue Autónomo, en Tirúa.
La manifestación convocada el jueves 6 de agosto fue breve. Los comuneros alcanzaron a estar unos minutos tocando sus kultrunes y haciendo rogativas hasta que fueron rodeados por los carros blindados de los que se bajaron más de 30 funcionarios policiales con escudos y lumas. Rápidamente los abordaron y detuvieron a 11 personas, entre ellas a la machi, a otros comuneros y también a comunicadores que se encontraban registrando el encuentro.
A la machi la tomaron por ambos brazos, un carabinero a cada lado, y la arrastraron hacia el carro mientras oponía fuerte resistencia. Una vez adentro, se sintió abrumada con mareos y náuseas. Pidió que la llevaran al consultorio cercano; la respuesta que recibió fueron groserías e insultos. Incluidas las carabineras, añade, que no mostraron ninguna compasividad con ellos. “Solo cuando era hora de soltarnos, cuando el dolor se hacía insoportable, nos llevaron”, relata.
En ese forcejeo, una de sus hijas perdió las joyas que llevaba puestas en su ropa. “Se las rompieron y las tiraron al suelo. Ella pedía que se la dejarán recoger, pero no lo hicieron. Varias de nuestras prendas quedaron esparcidas por el suelo; mi trarilonco y el mungolonko de mi otra hija también (pañoleta que cubre nuestra cabeza). Ni para dormir nos las sacamos. Cuando hablamos con las carabineras me dijeron que no se hacían responsable y dejaron de grabar con sus cámaras que tienen puesta en el pecho”, lamenta la machi.
Esa mañana había viajado desde su comunidad para expresar el apoyo a los huelguistas que no han ingerido alimentos por más de tres meses. Una condición que les puede causar daños irreparables, incluso, la muerte, algo de lo que ella como machi es completamente consciente. Ante eso, asegura que no pueden ser observadores pasivos: “No se trata de los golpes hacia mí, es la nula respuesta que el Estado ha dado. Como machi siempre estoy acompañada de mi ngenemapu y lo están mis hijas. Por eso, tenemos la fortaleza para soportar tanta humillación y maltrato”, expresa.
La resistencia que han forjado en torno a la huelga conlleva luchas de fondo como pueblo: el derecho a la vida, que se respete el Itrovillmongen (la biodiversidad) el ad mapu (normas y tradiciones), el küme mongen (buen vivir). Sin el reconocimiento a la nación, aclara, estas agresiones seguirán siendo previsibles. “Es por eso nuestra lucha, porque nos estamos reconstruyendo y ellos nos quisieron exterminar. Eso implica la devolución de territorios y la restitución de derechos. Las forestales, transnacionales y latifundio debe abandonar nuestro territorio. Ellos no respetan nuestra mapu, el agua, los lawen (medicina), los árboles. Ellos son destructores, solo les importa el dinero. Tampoco nos respetan a nosotros como che (persona), ni nuestro lavken (mar) y ríos”, recalca.
La machi Miriam Mariñan estuvo más de cinco horas detenida en la comisaría de Tirúa. Esta violencia le hizo sentir en un desequilibrio espiritual los días posteriores. Pero ya en su comunidad fue recibida con mucho newen (fuerza). “Nuestra manifestación se da en el contexto de una justa demanda, porque este gobierno del terror no ha dado respuesta”, manifiesta.
Fuente: El Desconcierto