En un país en el que un 71% de la población infanto-juvenil reconoce haber sido víctima de algún acto de violencia intrafamiliar y un 51% ha sido víctima de violencia física y un 25% de violencia grave, resulta fundamental en el contexto de la pandemia aumentar y reforzar los programas de prevención y detección temprana de patologías de salud mental.
Aumento en las tasas de violencia intrafamiliar y de género, abuso sexual y adicciones, son sólo algunos de los efectos que ha tenido la pandemia. El aislamiento, la incertidumbre, el miedo y la angustia, junto con una explosión de conflictos al interior de la familia son factores desencadenantes de diversos trastornos de la salud mental de las personas. ¿Quiénes son los más afectados? Niños, niñas y adolescentes que dependen física, económica y emocionalmente de sus padres.
A propósito de la emergencia sanitaria vivida a nivel mundial, distintos profesionales del área han advertido respecto de los efectos del confinamiento en la salud mental, tanto en aquellos que se encuentran en la “Primera línea” –profesionales que se desempeñan en hospitales y clínicas, además de los enfermos y sus familiares– como para el resto de la población.
Por una parte, los niños, niñas y adolescentes han perdido los espacios de socialización y recreación en grupo, los que cumplen una función tan o más relevante que los contenidos formales que aporta la educación. Deben lidiar con la presión que implica cumplir con las exigencias académicas, además de sus propias fantasías y temores respecto de la enfermedad y la muerte (tanto de sí mismos como de sus padres y/o abuelos).
Por otra parte, tenemos a padres que deben enfrentar sus propios miedos y ansiedades. Muchos temen perder sus fuentes laborales o han tenido una merma importante en sus sueldos y deben continuar trabajando en sus casas, realizando las tareas domésticas, y supervisando el desempeño académico de sus hijos. Otros derechamente ya perdieron el trabajo y se encuentran cesantes, por lo que experimentan la natural angustia asociada a no tener los recursos para solventar las necesidades del hogar.
Esta situación, además, ha implicado la pérdida de espacios de independencia para cada uno de los miembros de la familia, por lo que de haber un conflicto no resuelto en el ámbito de la pareja y/o con los hijos éste resurgirá. Y si no existe la capacidad de tramitar las ansiedades que surgen aparejadas al conflicto en el espacio intrapsíquico, se tramitarán de otra forma, como, por ejemplo, abuso de sustancias, abandono emocional, acting-out en forma de violencia hacia los hijos o la pareja.
Es por ello que –en un país en el que un 71% de la población infanto-juvenil reconoce haber sido víctima de algún acto de violencia intrafamiliar, un 51% ha sido víctima de violencia física y un 25% de violencia grave– resulta fundamental en el contexto de la pandemia aumentar y reforzar los programas de prevención y detección temprana de patologías de salud mental.
Si bien es cierto que se han creado redes de sicólogos y siquiatras que ofrecen apoyo a la comunidad a través de la atención online gratuita –tanto a la población general, como a profesionales de la salud involucrados en el tratamiento del Covid 19–, están destinados fundamentalmente a la población adulta, y resultan insuficientes en un país con las profundas desigualdades que Chile.
No toda la población puede acceder a este tipo de atención debido a la falta de acceso a la información, a que no cuentan con internet ni teléfono o, incluso, teniendo aquellos recursos, no tienen la privacidad suficiente como para hablar con un profesional competente respecto de lo que está ocurriendo al interior de su familia (de hecho, lo más frecuente es encontrar estrategias de silenciamiento cuando se trata de problemáticas como el maltrato o abuso sexual).
Es imprescindible en un momento como éste fortalecer y ampliar todos los programas de apoyo estatal orientados a promover la salud mental y el bienestar sicosocial, especialmente a las familias más vulnerables, otorgando ayuda a niños, niñas, adolescentes y adultos en general que pertenecen a un sector de la población que está viviendo la pandemia en las peores condiciones posibles.
Fuente: El Desconcierto / Mónica Gabler