La veterana defensora de los derechos civiles habla de cómo fue crecer en plena era de la segregación racial en EE.UU., de la oportunidad que tiene el movimiento Black Lives Matter y de su inspiración para seguir luchando.

Es 1972 y Angela Davis responde a una pregunta sobre si aprueba el uso de la violencia por parte de los Panteras Negras. Está sentada frente a un fondo de bloques de color azul brisa, las paredes de una celda de la prisión estatal de California. Lleva un jersey de cuello alto de color rojo y, como es habitual en ella, luce su característico peinado afro y tiene un cigarrillo en la mano.

Mientras responde, mira fijamente al entrevistador sueco, prácticamente parece que lo pueda atravesar con la mirada: «¿Me preguntas si apruebo la violencia? Esta pregunta no tiene ningún sentido. ¿Si apruebo las armas? Crecí en Birmingham, Alabama. A algunos muy, muy buenos amigos míos los mataron bombas; bombas que fueron preparadas por racistas. Uno de mis recuerdos de infancia es el sonido de las bombas que explotaban al otro lado de la calle y sentir cómo mi casa temblaba… Por eso, me parece increíble que alguien me pregunte si apruebo la violencia, porque significa que la persona que hace esa pregunta no tiene ni idea de lo que los negros hemos sufrido y vivido en carne propia en este país desde que llegó la primera persona negra, que había sido secuestrada en el litoral africano».

Este corto fragmento de video permite comprender perfectamente por qué Davis es un símbolo: su imagen, su determinación y su intelecto. El documental The Black Power Mixtape la inmortalizó en 2011 y las redes sociales han difundido varios fragmentos de la entrevista desde que George Floyd fue asesinado por un policía de Minneapolis y se desencadenó a lo largo y ancho del mundo un movimiento de protesta contra la violencia policial. El libro que publicó en 1981, Women, Race and Class (Mujeres, Raza y Clase) ha pasado a ser lectura obligada para todo aquel que quiera aprender a luchar contra el racismo de forma activa, junto con el libro The Fire Next Time (La próxima vez el fuego), de James Baldwin, y la autobiografía de Frederick Douglass.

A sus 76 años, habla por Zoom desde su oficina en California. ¿Tiene la impresión que, después de tantos años, es posible una transformación profunda? «Bueno, por supuesto, esta vez podría ser diferente», señala Davis. «Pero nada garantiza que así sea». Davis se muestra comprensiblemente prudente ya que a lo largo de su vida ha visto de todo, desde los disturbios de Watts y Vietnam hasta las protestas de Ferguson y las manifestaciones contra la guerra de Irak. «Se han dado muchas situaciones que han hecho despertar la conciencia ciudadana y han propiciado oportunidades de cambio, pero lo cierto es que el tipo de reformas que han tenido lugar no han permitido una transformación radical».

En general, se siente alentada por las extensas protestas que ha generado la muerte de Floyd. Aunque tan recientemente como en 2014 se dieron otras protestas masivas, tras la muerte de Michael Brown, y otras muertes como la de Tamir Rice, Sandra Bland y Eric Garner, Davis piensa que esta vez, algo ha cambiado. Esta vez, los blancos han empezado a comprender la situación.

«Nunca habíamos presenciado manifestaciones continuadas y de este tamaño que fueran tan diversas», dice Davis. «Así que creo que eso es lo que está dando a la gente una gran esperanza. Hasta ahora, la reacción de muchas personas que leían el eslogan ‘Black Lives Matter’ era: «¿Pero no deberíamos estar diciendo que todas las vidas importan? Y finalmente ahora lo están entendiendo. Mientras se siga tratando así a las personas negras, mientras la violencia del racismo siga siendo lo que es, entonces nadie está a salvo».

Si alguien está cualificada para hacer una valoración de la situación actual, es Davis. Durante cincuenta años la intelectual ha liderado campañas sobre justicia racial, pero las causas que ha perseguido –reforma de las cárceles, desmantelamiento de la policía, reestructuración del sistema de fianzas– han sido consideradas, hasta hace poco, demasiado radicales para el pensamiento político dominante. Muchos tenían la sensación de que Davis se había quedado anclada en el pasado; que pertenecía a una estirpe de los años 60 de la llamada «radical chic» y que sus ideas habían quedado superadas. En un perfil escrito en 2016, un entrevistador del Wall Street Journal preguntó a sus colegas periodistas si sabían quién era Davis. Nadie menor de 35 años lo sabía.

Puede que Davis se haya convertido en símbolo de justicia social 50 años después de haber alcanzado notoriedad, pero insiste en que obtiene lo mismo de la nueva generación de manifestantes y pensadores políticos. «Veo a todos estos jóvenes inteligentes, que han aprendido del pasado y que han desarrollado nuevas ideas», dice. «Estoy aprendiendo mucho de personas que son 50 años más jóvenes que yo. Y para mí, eso es emocionante. Eso me hace querer seguir luchando».

«Creo que es muy importante señalar que, aunque la magnitud de esta respuesta no tiene precedentes, las luchas que se están librando ya se libraron en el pasado», dice. Davis no quiere que el impacto de la organización comunitaria, los talleres educativos y los bancos de alimentos –el trabajo de base iniciado por los Panteras Negras en los años 60– sea ignorado. «Se trata de una batalla que se libra desde hace mucho tiempo», añade. «Lo que estamos viendo ahora es el resultado de una labor que se ha hecho de forma continuada en el tiempo y que no necesariamente ha recibido la atención de los medios de comunicación.»

«Lo importante es organizarse frente al racismo»

Davis cita la militarización de la policía estadounidense después de la Guerra de Vietnam, y la oportunidad que tuvo el país para impulsar una reforma del sistema penitenciario después del motín en el centro correccional de Attica en 1971, que no se materializó, al menos no de la manera que ella imaginaba.

En Estados Unidos, la población carcelaria pasó de alrededor de 200.000 presos en la época de Attica a más de un millón a mediados de los años noventa. «Cuando miramos hacia atrás, realmente nos percatamos de que las reformas solo sirvieron para consolidar la institución y perpetuar el sistema», dice. «Y esto es lo que me da miedo del momento actual».

En este sentido, ¿Qué consejo le daría al movimiento ‘Black Lives Matter’? «Lo más importante desde mi punto de vista es empezar a dar forma a todas las propuestas sobre lo que podemos hacer a continuación», señala.

Esta es, obviamente, una pregunta importante, y una de difícil respuesta en el contexto de la creciente ola de protestas que se está produciendo en todo el mundo. Una cosa que Davis tiene clara es que situaciones puntuales como la quema de una comisaría de policía en Minneapolis o la retirada de la estatua de Edward Colston en Bristol no son la respuesta definitiva. «Independientemente de lo que la gente piense al respecto, realmente no va a producir un cambio», indica en relación a la estatua. «Lo que importa es cómo se organicen. El trabajo. Y si hay gente que sigue haciendo ese trabajo y se continúa organizando para luchar contra el racismo y proponen una nueva visión sobre cómo transformar nuestra sociedad, eso es lo que hará la diferencia.»

Angela Yvonne Davis nació en Birmingham, Alabama, en 1944. Alabama estaba controlada por el conocido político supremacista blanco Bull Connor. Davis era amiga de algunas de las personas que murieron en el atentado contra la iglesia bautista de la calle 16 en 1963 –un acto de terrorismo del Ku Klux Klan en el que murieron cuatro niñas, y por el que no se iniciaron acciones judiciales hasta 1977. «Ya sabíamos que el papel de la policía era proteger a los supremacistas blancos», dice Davis.

Se mudó a Nueva York a los 15 años para ir a una escuela secundaria, fue a Alemania [Occidental] para estudiar filosofía y marxismo con Herbert Marcuse en la escuela de Frankfurt, y, cuando regresó a Estados Unidos a finales de los 60 participó activamente en el movimiento de los Panteras Negras y fue miembro del partido comunista. Sus vínculos con el comunismo le supusieron que el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, la despidiera de su puesto como profesora interina asociada de filosofía en la UCLA, Universidad de California].

Angela Davis

En 1970, se produjo una situación que lo cambió todo. Una escopeta que Davis había comprado legalmente fue usada por un joven, Jonathan Jackson, que entró armado en un juzgado y que tomó al juez como rehén. El juez murió, así como Jackson y los dos hombres que estaban siendo juzgados en la sala. Davis fue acusada de «secuestro agravado y asesinato en primer grado» porque había comprado el arma. Vivió en la clandestinidad hasta que finalmente fue detenida en Nueva York.

Aretha Franklin se ofreció a pagar la fianza para que su caso se conociera, los Rolling Stones y John Lennon escribieron canciones sobre ella. Se convirtió en una causa célebre en todo el mundo y tras pasar 18 meses en la cárcel fue absuelta de todos los cargos. Tras esta experiencia, Davis se convirtió en una académica de ideas radicales y una líder de la comunidad; en una figura internacional de activismo político de todas las tendencias. «Estoy muy agradecida de seguir viva», dice Davis, «porque siento que soy viviendo el movimiento actual en nombre de todos aquellos que no llegaron tan lejos.»

Davis es consciente de lo cerca que estuvo de la muerte. Cuando habló con el periodista sueco en 1972, todavía estaba detenida por un cargo de asesinato y podría, en teoría, haber sido ejecutada. Muchos de los compañeros Panteras Negras de Davis tuvieron muertes violentas a manos del estado: Fred Hampton fue asesinado en una redada policial en Chicago, mientras que Bobby Hutton fue abatido a tiros mientras se rendía en Oakland (Marlon Brando pronunció su panegírico). Muchos más siguen en prisión (Mumia Abu-Jamal) o en el exilio (Assata Shakur). «Sé que podría haber sido uno de ellos… varios no lo lograron», dice Davis. «Podría seguir en la cárcel, podría haber sido condenada a pasar el resto de mi vida entre rejas. Estoy viva porque personas en todo el mundo se movilizaron y me salvaron. Así que, en cierto sentido, nunca he dejado de librar esta batalla porque soy consciente de que yo no estaría aquí si otras personas no hubieran librado el mismo tipo de batalla para salvarme. Y seguiré haciendo esto hasta el día en que me muera».

Oposición al liderazgo hipermasculino

Uno de los principios que han marcado la vida de Davis desde que salió de prisión ha sido trabajar para que la contribución de las mujeres a la lucha por los derechos civiles no sea ignorada. Cree que en el momento actual esta contribución se está reconociendo y muchos luchan por que las mujeres que han sido víctimas de la violencia policial –gente como Breonna Taylor, que fue asesinada a tiros por la policía en Louisville, Kentucky, después de haber utilizado un ariete para entrar en su apartamento– reciban la misma cobertura que sus homólogos masculinos. «Esta masculinización de la historia se remonta a muchas décadas y siglos», dice Davis. «Los debates sobre los linchamientos, por ejemplo, a menudo no reconocen no sólo que muchas de las víctimas de linchamiento eran mujeres negras, sino también que quienes luchaban contra los linchamientos eran mujeres negras, como Ida B Wells«.

«Creo que es importante entender por qué tendemos a representar esta lucha con figuras masculinas, y por qué no reconocemos que las mujeres han estado siempre en el centro de estas luchas, ya sea como víctimas o como organizadoras». No sólo se están imponiendo las opiniones de Davis sobre la reforma de la policía y la justicia social; sus ideas sobre cómo se produce ese cambio están demostrando ser igualmente influyentes. Durante décadas, ha promovido el pensamiento feminista que se opone al liderazgo político hipermasculino y las formas de resistencia. Piensa que los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, que no han tenido un líder único, están abriendo nuevos caminos.

«Hay quienes en este país se preguntan: ‘¿Dónde está el Martin Luther King contemporáneo?’, ‘¿Dónde está el nuevo Malcolm X?’, ‘¿Dónde está el próximo Marcus Garvey?’» dice Davis. «Y, por supuesto, cuando piensan en los líderes, piensan en el liderazgo carismático de hombres negros. Pero la organización radical más reciente entre los jóvenes, que ha sido un tipo de organización feminista, ha hecho hincapié en el liderazgo colectivo».

¿Pero no hay tensión entre los ideales de un liderazgo compartido y el hecho de que ella sea considerada un símbolo? «No puedo tomarme demasiado en serio», dice. «Lo digo una y otra vez. Porque nada de esto habría pasado si sólo dependiera de mí como persona. Lo que realmente [marcó la diferencia] fue el movimiento y el impacto que tuvo el movimiento».

Davis ya había intentado que el movimiento dejara de ser minoritario y pasara a ser una corriente mayoritaria. De hecho, se presentó a las elecciones en 1980, como candidata a la vicepresidencia del Partido Comunista de Estados Unidos. En una conferencia en 2006, habló con desesperación de la presidencia de George W. Bush, y ahora ni siquiera se atreve a pronunciar el nombre de Trump, prefiriendo hablar «del actual residente de la Casa Blanca». ¿Piensa que la democracia estadounidense tiene espacio para ideas radicales sobre el cambio social? «No creo que pueda suceder», dice Davis. «No con el liderazgo de las actuales formaciones políticas –no con los Demócratas, y ciertamente no con el partido Republicano.»

¿Pero qué hay de los demócratas arrodillándose y usando tela de kente en señal de solidaridad? Nancy Pelosi y otros prominentes demócratas usaron la tela de Ghana, que les fue dada por el Caucus Negro del Congreso, para mostrar «solidaridad» con los afroamericanos, una base de votantes crucial con la que su candidato presidencial, Joe Biden, intenta conectar. «Eso fue porque quieren estar en el lado correcto de la historia», dice Davis, con desdén. «No necesariamente porque vayan a hacer lo correcto».

En sus conferencias, Davis cuenta a veces una historia sobre cómo, siendo una niña pequeña en Birmingham, en un contexto de segregación racial, le preguntó a su madre por qué no podía ir al parque de atracciones o a las bibliotecas. Su madre, que fue activista antes que ella, le explicó cómo funcionaba la segregación, pero su discurso no terminó allí. «Nos decía continuamente que las cosas cambiarían», dice Davis. «Y que cambiarían, y que podríamos ser parte de ese cambio. Así que aprendí de niña a vivir bajo la segregación racial, pero al mismo tiempo, a vivir en un mundo nuevo imaginado y a reconocer que las cosas no siempre serían como eran». «Mi madre siempre nos decía: ‘Las cosas no deberían ser así, el mundo no debería ser así’».

Traducido por Emma Reverter

Fuente: Rebelion

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